jueves, agosto 11, 2005

Un mejor mañana

Siempre me gusta pensar que habrá un mejor mañana. No importa cuán duro haya sido el día, o cuán triste el pasado; no importa hasta qué grado de suplicio nos ha llevado la vida en el pasado, o cuántas desilusiones hemos pasado, siempre brillará en el firmamento de la vida un rayo de esperanza.

Es cierto que, en muchas de las ocasiones, esta esperanza se ve difícil, cai inalcanzable, como si no fuera más que una simple ilusión, un sueño pasajero. ¡Qué tristeza me embarga al pensar en todas las personas que, desdichadas en la vida, piensan que la tristeza será todo lo que habrán de experimentar! Porque, como mencionaba, muchas veces resulta que el dolor no nos permite ver que hay un mañana, con sus nuevas nubes, con pajarillos cantando nuevas canciones, con un firmamento más azul, con un sol más brillante. La vida, tan compleja como es, con tantos y tantos elementos que surgen mágicamente a cada día, nos debe tener reservado algún manjar para el alma.

Claro está que es esta luz esperanzadora difícil de alcanzar. Requiera, entonces, una lucha encarnizada en contra de nosotros mismos, contra nuestra propia naturaleza pasajera, llena de tristeza, de dolor, que tratará de mantenernos esclavos, reos. Es entonces que la ayuda de una mano amiga será la que nos ayude a dar el primer paso, así como un niño que recibe ayuda de sus padres en sus primeros pasos, o como el niño siendo intruido por al maestro, cuando intenta realizar sus primeras sumas y restas.

Qué importante es tener la majestuosa oportunidad de ayudar a alguien a salir de esa tristeza. Desde luego que a veces resultará difícil encontrarla, pues en ocasiones la amargura prefiere permanecer en la casa de su víctima, en su ser. Mas, importante es, poder visualizarla cuando la alegría se extingue en los rostros de aquellos que sufren dolores del alma, que no poseen deseos de existir.

Entonces, un bellísimo regalo se nos presentará: el que nos da la vida, para dar nuestro hombro a quien lo necesite.