domingo, abril 05, 2015

Domingo tranquilo

Dominguito tranquilito. O eso decían, o eso me esperaba yo. Sí, porque la gente se queda guardada en la iglesia o en su casa en dónde diablos sé yo, pero sí, guardados, lejos de las calles, y los cafés, y de las cafeterías, de los bares, de los cines y demás.

Pero la calma en las calles, en los exteriores, no significa tranquilidad para mí, no para mis adentros, en mis interiores. Me siento más bien intranquilo, aún sin ruido, sin rumores, con apenas voces lejanas, murmullos apenas, de turistas españoles o italianos. 

Expectativas no cumplidas. Sin expectativas no hay decepciones. Pero a veces el inconsciente las fabrica por uno, y las mantiene allí, en algún rincón en la cabeza, escondidas, y tanto, que uno de verdad cree que no existen. 

Pero también recuerdos azuzados por un presente que se le parece. Porque hay un trago que evoca a una noche de verano pasada, o algún perfume que hace recordar el principio de alguna noche de fiesta, de borrachera, en alguna otra ciudad cercana. Ojos grandes, ojos llenos de color, pero, sobre todo, de emoción, temblorosos, tímidos, que me llevan a pensar en otros ojos así, parecidos, similares.

Pese a todo, a final de cuentas, hay un componente aún más grande, más importante, que más me azota, que más me agita: es causado por las emociones, por emociones que no tocaba desde hace tiempo, como llagas que duelen muchísimo, a las que se olvida, se ignora, se esconde, se evita como la muerte. Luego, claro, un día se siente uno más iluminado, más maduro, mas en control, así que va uno y se arriesga y se juega la piel. Juegas y pierdes. Y te acuerdas que había emociones que te intoxicaban, que te atraían, pero que podían quemarte.

Y es así que estoy aquí, domingo, intranquilo. Porque tengo las alas y la piel quemadas, carbonizadas, mientras me lamento, esperando estar listo a salir a jugar de nuevo.