lunes, enero 28, 2008

Canciones, canciones, segunda parte

Melancolía, invitada mía. Hoy, noche triste, noche previa a mi último desafortunado intento. ¿Es desafortunado aún antes de que suceda? ¿Qué esperas de ella en la noche de mañana, cuando la luna se pose sobre ustedes y las manecillas del reloj más allá del doce hayan avanzado? Esperanzas que debías de haber asesinado hace largo tiempo: matarlas cuando todavía eran unas niñas. Ahora te mandan, te mueven como un títere, contra tu voluntad, por su caprichos, caprichos de tus tontas esperanzas.

Amando sin amar, tú.

¿Porqué me habrá dicho que yo le importaba, y que disfrutaba el tiempo a mi lado, que su mente en mí puesta estaba, que había sido un placer compartir la tarde conmigo, que me iba a dar un detalle como el que yo le di? Yo le doy flores, ella me daba flores: eso dijo que haría. Pero, en cambio, solamente caprichos me obsequió. Un ramo de indiferencia ahora mismo.

Ella jugaba a enamorar, caprichosa.

No sé a cuántos más intentaba enamorar, haciendo uso de su belleza nueva. ¿Puede una flor que ha sido toda la temporada una muy fea, ser una de las más bellas del jardín? La movieron de jardín, de un jardín verde y opaco -en donde todas las flores son verdes y opacas- a uno café -en donde todas las flores son cafés-, y he allí el milagro. ¡Vean cómo resplandece el verde jamás visto en este jardín color mierda! Haciendo uso de una belleza que nunca antes tuvo, coqueteando con todos: miradas dulces, palabras de cariño, mentiras que me mataron el ánimo alguna vez. ¿A cuántos más les matará la ilusión? Ella mientras tanto, segando adulaciones.

No sé si te tengo, o si te vas.

¿Cuántas veces soñé que ella era mía, con su cariño, con sus ojitos tiernos, con sus delgados labios, con su voz aguda, con tu ternura toda? Y, ¿cuántas otras ella se iba de mi lado, a veces recatándose en la oscuridad, a veces en el capricho, a veces en el desdén? Desapareciéndose por días, dejando de responder mis llamadas y mensajes, para, un día, porque así lo decidió, aparecer de nuevo en mi vida, sacudiéndola violentamente, cada vez más fuerte. No explotes de dolor corazón, todavía no.


Declárome el cautivo de los caprichos de tu corazón.

¿Cuánto tiempo más habría permanecido así, atado a su voluntad infantil, cuánto tiempo más habría sufrido si no me hubiera dado cuenta de que conmigo sólo jugaba, que para ella no más que el más vulgar juguete resultaba? Uno entre mil, entre mil uno. Y tú, una entre mil también, entre mil una. Yo uno más de tus juguetes, y tú bella diosa entre las mujeres feas mortales.

Al que no supiste amar, quien de ti nada espera.

¿Sabes? No sé si mi boca llegará a decirte estas palabras, cuando, dentro de un par de días, toque a tu puerta, nervioso, ansioso, para pedirte mi probable último perdón, y te diga que, a pesar de lo mucho que necesito de tu presencia, a pesar de tus juegos, a pesar de mi inmadurez y la tuya, a pesar de todo, quiero mostrarme incondicional contigo, y que, si tu amor en otros brazos está, seré feliz al verte sonreír. Ojalá así consiga llegar a su fin tu capricho, el berrinche decembrino tuyo.

Azul es la mañana.

El mañana llegará dentro de poco, cuando esta penumbra caiga y venga la luz -y se hizo la luz, y se hará la luz, pero no para mí-. El sol de calor nos bañará, y me encontrará con el pecho apretado contra la almohada, pensativo, lleno de miedo. ¿Cuándo dejaré de pensar en ti, cuándo decidiré que, a final de cuentas, nada gano contigo, sino juegos, dolor, y frustración? Cada vez que mis ojos se abren por la mañana, con cierta esperanza, trato de pensar que no te tendré en mi mente más. Pero veo que día a día, no es así.

No llames corazón eso que tienes.

Mis angustias no te importaban, y si en fuente se convertían mis lágrimas, no te importaba en lo absoluto. Mis congojas no escuchabas, ni ponías en ellas atención. No te preocupabas cuando yo me preocupaba, siempre centrándote en ti. Las únicas tristezas del mundo eran las tuyas, y nada más. Te diré lo que alguien ya le dijo a alguien más: te invito a que salgas de ti.

Nos hizo falta tiempo, nos lo comimos...

Y, a pesar de todo, pienso, por momentos, que quizás todas esas tonterías podríamos haberlas superado ambos, tan sólo si el tiempo nos hubiera sido más propicio, si las horas nos hubieran durado más de sesenta minutos, y tan sólo si los días nos hubieran unas treinta horas. El tiempo que teníamos era demasiado poco, tú con tus labores y amistades recién adquiridas, y yo con mi soledad. Tiempo para conocernos, para perdonarnos, para entender esas terribles diferencias culturales...

Este tiempo, nos hace ver que aunque existe otro camino, va llenándose mi fe...

Tras semanas separados, el uno del otro, el otro del uno, esperé que nuestras diferencias quedaran atrás, y que ambos, habiendo pensado mejor las cosas, quizás sintiendo más profundamente lo que ya sentíamos, pudiéramos estar nuevamente juntos. ¡Qué importaba que únicamente como amigos, y no como amantes! Yo me hubiera llenado una alegría que se hubiera desbordado en mi corazón, si tan solo hubiera podido volver a ver esos ojos tuyos, querida.

Sé feliz. Siempre podrás contar conmigo.

Mi último mensaje ese fue. Yo, en tu ausencia de lástima hacia mí, hacia mi dolor, hacia el cariño que aprendí a cultivar por tu corazón, por tu inmadurez, por tu ingenuidad, tuve que hacer frente y decirte que fueras feliz, que cuidaras mucho de ese corazón que, a pesar de todo, es muy débil y frágil, y que sabías que conmigo siempre contarías para todo lo que pudieras necesitar. Y no te miento, jamás podría hacerlo: pregúntaselo a aquellas a las que alguna vez hube de querer, y que su cariño, ¡ay!, también me dejaron de obsequiar.

Te extraño, como se extrañan las mañanas bellas.

Tuviste el descaro de arrebatarme el placer de tu presencia. ¿Porqué, Dios mío, te ensañaste conmigo de esa forma tan absurda, cuando todo lo que te pedí fue una pizca, una pequeñísima fracción de tu amistad, ya que no quisiste regalarme tu cariño? ¿Porqué, en qué hora, y quién fue esa amiga tuya que te aconsejó desaparecer por completo de mi vida, llevándote contigo tu voz, tus ojos, tus labios, tus dulces palabras, esos momentos que jamás me arrancaré de mi pecho?

viernes, enero 25, 2008

Canciones, canciones, primera parte

Una idea a la mente viene. Se estrella. Domingo por la tarde, el mediodía se acaba de marchar. Comida pide mi estómago vacío, lacerado por la bilis de la congoja. Idea, como un foco. Buena idea, o mala idea, qué importa: idea valuada por ser una idea. Ejercicio literario, ya que no puedo hacer demasiado ejercicio físico. Escribo lo que no puedo vivir, y vivo lo que no puedo escribir. Convierto los errores en tragedias, y los logros en errores. Gracias a Dios, claro.

Pero que la idea no se vaya del todo. Aguarda un poco, no escuches esa canción en la radio. Es cierto lo que dice de mí, pero falso lo que dice de ella. Canción escrita antes de nosotros para nosotros, para todos los masoquistas.

No hago otra cosa que pensar en ti.

Cierto, mi mente apenas se desprende para pensar en cosas otras. Obsesivo compulsivo. Compulsivo obsesivo. Deja de escuchar esa canción. Órdenes que yo mismo me doy y que yo mismo no puedo cumplir. Ella me dice no, y yo digo que sí, y ella dice que sí, y yo digo que no. Placer en la complejidad, supongo. “Te gustan las locas”, alguien dice allá en mis recuerdos.

Fue miedo, no coraje lo que por entonces sentí.

No, ella no sintió eso. Ella no lo pensó ni siquiera, no gastó un instante en detenerse a pensar. Me la imagino pensando lo que no pensó: Ha sonado el teléfono. Él es, sin duda. No contesto. No quiero escuchar su voz, no quiero saber de él. Pero quiero que sepa que supe que llamó él. Mensaje escrito para él: ¿qué deseas?. Me responde que saludarme: café-tomar-platicar. No, respondo. ¿Porqué le estoy diciendo lo que le estoy diciendo? Dos posibles causas de mi molestia: ¿será berrinche, o será decisión sabia? Pero le digo que no, no, no, por el resto de la eternidad no. No insiste, pero insisto en convencerle que no. ¿Porqué le digo lo que le digo? ¿Miedo, coraje? Miedo, o coraje. ¿Qué es lo que en mi interior hay? No es indiferencia, no. Y la indiferencia, a veces, no es la más refinada forma de crueldad.

Pero ella eso no pensó, no. Ella en su problema pensaba. Carita triste, rostro desencajado, así me la imagino. Ojos tristes, ojerosos, comiendo en la mesa con la espalda encorvada, tarareando una canción:

Como olvidarte, cómo dejar de sufrir, ¿porqué partiste después de haber partido, cuando te dejé abandonado después de que tú ya me habías abandonado?

Esperanzas de volver, se dice ella en la mente, sin pronunciarlo. Pensar en él, no dejar de recordarle. Y entonces, molestia: un cabrón que en la calle quiso darle un golpe en las nalgas. Luego comiendo tarareando-tralará una triste canción: ¿porqué se fue?. Y sonó en ese instante el teléfono. Mala hora, mal minuto, mal día, mal pié se levantó con.

El pecado del que llama: llamar en mal momento, en mal día, a la mala persona, con la mala relación.

Nuestra relación...”

Ella me dijo una vez. ¿Cuál?, me pregunto ahora. Cuál, cuál, cuál. Relación de mi parte, querrá ella decir. Yo todo, ella algo, y después, ella nada, siempre esperando todo. Disfrutar mientras las circunstancias le satisfacen: viento a su favor. Ella pensando: yo te llamo cuando pueda, pero tú me respondes inmediatamente. Si no, buscaré a otras citas. Y en tu cara te lo restregaré: citas jueves y viernes; no, no te veré esos días, ¡quién sabe cuánto habrán de durar! Castigo: hasta el sábado. Sufre mientras tanto.

¿Porqué no nos enseñan en la escuela, como una materia, el ser personas que no se lleven a otras entre las patas? O en otras palabras, deberían enseñarnos a no llevarnos el corazón de otras personas entre las patas de nuestro egoísmo.

sábado, enero 19, 2008

Tú haces berrinche, yo hago berrinche.


Domingo por la mañana.

Sábado anoche ha muerto, anoche. Lentamente, lánguidamente. Como si no se quisiera ir para siempre, agonizando sin fin, entre lágrimas reprimidas y miradas tristes. Luna llena, cuarto creciente, luna escondida entre las nubes: ¿a quién demonios le importaba anoche?

Y ya son las diez de la mañana. Dolor en la cabeza. Aguarda, no, no es alcohol, ya que también habría dolor en el estómago. Las cobijas se me pegan al cuerpo en una horrorosa pijama de franela para diciembre. Cabello sacudido, levantado acá-allá, ojos tristes, ojerosos, arrugas prematuras: tristeza prematura. Espalda encorvada, y conforme avanzan los segundos, la tristeza va en aumento: comola de ayer, hasta llegar al grado de tragedia anglo mexicana. ¡Ah! espera, no puedes decir eso, no, no esta vez.

Recuerdos, palabras, escritas, dichas, pronunciadas por los dedos de ella: viajando no a través del espacio sonidos guturales, sino palabras mal escritas viajando y llegando en forma de palabras escritas, no dicha: tecnología que me chinga como siempre. Palabras salidas del cerebro a los dedos de ella, de los dedos de ella al teclado, del teclado a mi pantalla, de la pantalla a mis ojos, y de mis ojos a mi corazón. Corazón roto por vez treinta y tres. Creo que no la debí de haber conocido.

"Cómo estás" recibe una respuesta de "¿Qué quieres?". Ayer no hablaba así, no. Es como si el espíritu de tu berrinche del mes pasado hubiera resucitado: no a los tres días, sino a las tres y media semanas. Resurección diabólica. Se torna agria, como la leche - ella, la blanca como la leche. Cambia de opinión de pronto. Quizás yo ya me lo esperaba. Sí, creo que sí.

Un "fuera de mi vida" me echa de mi alegría cotidiana. Tristeza, ausencia, tragedia. Y todo causado por ella. Ojalá no le conociera. Ojalá no hubiera ido a esa fiesta. Y entonces mi vida estaría distinta un sába-domingo aberrante. Un berrinche que regresa como un boomerang. Berrinche que se niega a morir, inmadurez que persiste a los 23 años. Yo hago berrinche-tú haces brrinche-yo hago berrinche-yo me disculpo-tú haces berrinche-yo te abrazo-tú haces berrinche-yo hago enojoso berrinche-tú haces berrinche-tú haces berrinche-yo pido perdón-tú haces berrinche-yo espero-tú haces berrinche-yo me voy al diablo finalmente.

viernes, enero 11, 2008

Porque la soledad es peor que otra cosa

Beto se quedo viendo a sí mismo en el espejo que tenía frente a él, deteniéndose por un momento en la redacción de su carta. "Catarsis", pensó de pronto. Se vio detenidamente el rostro color almendra, son sus ojos negros y medianos, la boca mediana, y el rostro mediano. "Como todos la mayoría de cabrones de esta ciudad", se dijo. Y al verse no podía dejar de pensar en la carta que le escribía a su otrora amada, dueña de su corazón -terroncito de azúcar-, traidora de su confianza, oídos sordos a su cariño y oídos todos a sus amigas, las que se meten en lo que no les incumbe.

Tras permanecer viendo su rostro color almendra en el espejo por varios minutos, se dio cuenta de que realmente no le importaba demasiado lo mal que podría dejarlo parado frente a su otrora terroncito de azúcar, que llevaba por nombre Alicia -"Alicia en el país de los timadores y de las amigas que se meten en las vidas de sus amigas"-. Porque ahora, ¿qué importancia podía tener que ella le dejara de querer, o que le quisiera menos? Quizás -y eso era lo más tristemente probable- ella le había dejado de querer hace tiempo -"Sólo desde que Fernanda, que debería apellidarse Mondego o algo así, decidió que quería que Alicia en el país de las envidiosas dejara de quererme".

Una carta, terrible, según él. Pero lo que para unos es la más grande falta de respeto -"me gustaría que no tuvieras esas nalgas, Alicia, porque de esa forma no tendrías tantos pretendientes"- es para otros no más que un simple juego infantil.

-Roberto, ya lleguéeeee- dijo su hermana a medio gritar. O a medio no gritar, qué más da. Y el argumento de Beto era más bien simple: dejar entrever que él no la había querido por lo que era, sino por lo que no era. Y qué no era:

Mi querida Alicia:

Mucho he pensado en ti desde que te alejaste de mi lado. Quizás tu sigas pensando que fue mi error, y yo seguiré pensando, como ya te podrás imaginar, que el error es más bien tuyo. ¿Quién tiene la razón? Me temo que ninguno de los dos.

Pero, ¿sabes? en mi mente tu recuerdo no ha dejado de brillar, aunque con más pena que gloria: tristeza de mi alma al verme sin ti. No, esto no es una carta de perdón, ni de redención, ni nada similar. No te enorgullezcas pensando que ahs hecho que un pobre hombre como yo me halla rendido a tus pies, pues, créeme querida, que con todas las que he amado -¡y con otras tantas a las que no!- he sido el más fiel y humilde lacayo.

No te ofendas si te digo la verdad. ¿Me querrás menos? De cualquier forma ya no me quieres, según me confesaste la vez última de vernos (y todavía guardo en mi mente, con gran amargura, la terrible sonrisa malévola de tu amiga Fernanda, al despedirse de mí, y en ese momento no supe que esa mirada era la que da una mujer a un hombre que vive sus últimas alegrías), en aquella vez tan dolorosa para ambos, que me habías dejado de querer. "¿Desde hace cuánto?", pregunté. "No lo sé", respondiste.

Y después, gloria de mi tristeza al verte de la calle de la mano de un mal hombre (supongo que un Homo Machistus), del que renegabas, y el que tanto se esmeraba en ganarse tu mera simpatía, con gestos vulgares, palabras bobas, y miradas simples. Ese que querías quitarte de encima, pero que, sin embargo, contaba con la bendición de Fernanda -ese demonio que llamas amiga, que no es más que una mujerzuela vestida de profesora de letras-, que, según tú misma me dijiste, te presentó. Ocupación: estudiante de doctorado en chorrocientas cosas; experiencia nula; mantenido por el gobierno, gracias a las becas otorgadas con la ayuda de su tía Esther Elba, de manera perpetua.

Pero, sin embargo, no es eso para lo que te escribí esta carta, no. Tenía algo que decirte, algo que dejé en el tintero, algo especial.

La verdad es que me di cuenta en recientes fechas, que la razón más importante por la que no hallo alegrías en tu ausencia, es porque esta soledad, que me corroe, que me despedaza, que me desangra poco a poco sin fin, que me llena de aflicción, que me tortura con sus prolongados silencios, con su falta de comprensión, es apenas peor cosa que tu compañía. Así es: si alguna vez te necesite, era únicamente porque esta soledad era demasiado terrible para mi ser, y todo era mejor que estar solo y abandonado.

Besitos,
con un insulto escrito a Fernanda,
tu siempre querido amigo,
más franco que nadie en la ciudad,
Beto.

lunes, enero 07, 2008

Prejuicios y gustos

Era de noche e íbamos por la ancha calle que lleva de la salida de la ciudad a un pueblo pequeño, el pueblo más mocho del mocho estado. Aire fresco, noche ya bien entrada, luna arriba de nosotros -¿quién sabe en qué pinche fase estaría allí alzada, viendo como centinela lo que no le importa?-. Vidrio abajo, pero sólo un poco, que, aunque hace verano, el viento aulla: huracán en Veracruz.

Se detiene el coche con nosotros en él: roja luz que brilla por encima del lugar donde estaba otra amarilla. Deténganse todos, por favor, que pasa el rey. Y de pronto, lo escupe, como si lo hubiera estado pensando desde hace ya rato, pero duda al principio. Entre abre levemente la boca, y se detiene por segundo y medio: dudas un instante, cosa rara, ya que en tus atropellos siempre la acabas cagando y dices cosas más bien insensatas. Carencia de madurez, supongo.

Abre la boca, y dice que le gustan los hombres de cierta raza que hay sobre la faz en la tierra, extranjeros al nuevo continente: los hombres bárbaros. O en todo caso, lo que le han hecho creer. ¿Alguna vez te has metido con uno de ellos? Esa imitación barata no cuenta, a quien conociste en Aruba. Dices que te gustan. ¡Ah!, claro. Y te digo que es un prejucio: estereotipo. Crece y piensa un poco más, por favor. Me ignoras. Pero entiende que esos son mis gustos. Orgullosa de sus prejuicios, a la que ella llama gustos. Y le gustan los hombres fuertes, machos, bíceps poderosos, y demás. Y otra caracteristica que ya he olvidado: la que estaba de moda en este instante. Moda, estereotipo, la publicidad la vuelve definición de belleza. Mierda, que se lleve el puto diablo a todos los putos publicistas de la televisión, hijos de la chingada que crean segregación.

Y te digo: son prejuicios. Son gustos, me replicas.

Y, momentos después, apenas unas vueltas ha dado la manecilla más larga, y me preguntas si he leído a tal o cual, fulano escritor latinoamericano. No me gustan los autores de América latina mucho, y lo sabes, ¿para qué lo preguntas? No, no lo he leído. ¿Que porqué no lo leo? No me interesa, tía, esos textos se me hacen muy simples, no porque sean simples, sino, porque, no me entretienen. Espera, no me expresé bien. Qué importa. No quiero leerlo, me da flojera: ya leí a algunos de su generación y me morí de aburrimiento. Mejor leo otras cosas.

No tratas de persuadirme amablemente, no hay palabras de: porqué no lo intentas con esta obra, creo que es muy buena, o tiene un estilo interesante. ¡No! solamente merezco tus regaños. Es que eres un tonto, me dices. Qué importa, digo. Eres un maldito prejuicioso, ¿porque esta estúpida idea de que los escritores de américa latina no son buenos? Es una estupidez total leer solamente a autores de Europa. Mi gusto, vieja cabrona, y lo respetas. Con todo respeto, que esos autores tuyos chinguen a su madre: bola de pendejos del boom (no, no ese bom, sino otro boom que nunca fue un verdadero boom pero fue llamado boom). De verdad, que chinguen a su madre: nada personal contra ellos, simplemente, no me gusta. Oye, ya leí a Carlos Fuentes, Benedetti, García Márquez, y quizás lea a Octavio Paz, y a un par más de mi patria, pero es todo. No, ese autor no me interesa.

Prejuicios dices que llenan mi cabeza. Prejuicios estúpidos, osas llamarles.

¿No te das cuenta quecon injusticia obras al llamar a tus prejuicios gustos, y a mis gustos, prejuicios?