¿Porqué me habrá dicho que yo le importaba, y que disfrutaba el tiempo a mi lado, que su mente en mí puesta estaba, que había sido un placer compartir la tarde conmigo, que me iba a dar un detalle como el que yo le di? Yo le doy flores, ella me daba flores: eso dijo que haría. Pero, en cambio, solamente caprichos me obsequió. Un ramo de indiferencia ahora mismo.
No sé a cuántos más intentaba enamorar, haciendo uso de su belleza nueva. ¿Puede una flor que ha sido toda la temporada una muy fea, ser una de las más bellas del jardín? La movieron de jardín, de un jardín verde y opaco -en donde todas las flores son verdes y opacas- a uno café -en donde todas las flores son cafés-, y he allí el milagro. ¡Vean cómo resplandece el verde jamás visto en este jardín color mierda! Haciendo uso de una belleza que nunca antes tuvo, coqueteando con todos: miradas dulces, palabras de cariño, mentiras que me mataron el ánimo alguna vez. ¿A cuántos más les matará la ilusión? Ella mientras tanto, segando adulaciones.
¿Cuántas veces soñé que ella era mía, con su cariño, con sus ojitos tiernos, con sus delgados labios, con su voz aguda, con tu ternura toda? Y, ¿cuántas otras ella se iba de mi lado, a veces recatándose en la oscuridad, a veces en el capricho, a veces en el desdén? Desapareciéndose por días, dejando de responder mis llamadas y mensajes, para, un día, porque así lo decidió, aparecer de nuevo en mi vida, sacudiéndola violentamente, cada vez más fuerte. No explotes de dolor corazón, todavía no.
¿Cuánto tiempo más habría permanecido así, atado a su voluntad infantil, cuánto tiempo más habría sufrido si no me hubiera dado cuenta de que conmigo sólo jugaba, que para ella no más que el más vulgar juguete resultaba? Uno entre mil, entre mil uno. Y tú, una entre mil también, entre mil una. Yo uno más de tus juguetes, y tú bella diosa entre las mujeres feas mortales.
¿Sabes? No sé si mi boca llegará a decirte estas palabras, cuando, dentro de un par de días, toque a tu puerta, nervioso, ansioso, para pedirte mi probable último perdón, y te diga que, a pesar de lo mucho que necesito de tu presencia, a pesar de tus juegos, a pesar de mi inmadurez y la tuya, a pesar de todo, quiero mostrarme incondicional contigo, y que, si tu amor en otros brazos está, seré feliz al verte sonreír. Ojalá así consiga llegar a su fin tu capricho, el berrinche decembrino tuyo.
El mañana llegará dentro de poco, cuando esta penumbra caiga y venga la luz -y se hizo la luz, y se hará la luz, pero no para mí-. El sol de calor nos bañará, y me encontrará con el pecho apretado contra la almohada, pensativo, lleno de miedo. ¿Cuándo dejaré de pensar en ti, cuándo decidiré que, a final de cuentas, nada gano contigo, sino juegos, dolor, y frustración? Cada vez que mis ojos se abren por la mañana, con cierta esperanza, trato de pensar que no te tendré en mi mente más. Pero veo que día a día, no es así.
Mis angustias no te importaban, y si en fuente se convertían mis lágrimas, no te importaba en lo absoluto. Mis congojas no escuchabas, ni ponías en ellas atención. No te preocupabas cuando yo me preocupaba, siempre centrándote en ti. Las únicas tristezas del mundo eran las tuyas, y nada más. Te diré lo que alguien ya le dijo a alguien más: te invito a que salgas de ti.
Y, a pesar de todo, pienso, por momentos, que quizás todas esas tonterías podríamos haberlas superado ambos, tan sólo si el tiempo nos hubiera sido más propicio, si las horas nos hubieran durado más de sesenta minutos, y tan sólo si los días nos hubieran unas treinta horas. El tiempo que teníamos era demasiado poco, tú con tus labores y amistades recién adquiridas, y yo con mi soledad. Tiempo para conocernos, para perdonarnos, para entender esas terribles diferencias culturales...
Tras semanas separados, el uno del otro, el otro del uno, esperé que nuestras diferencias quedaran atrás, y que ambos, habiendo pensado mejor las cosas, quizás sintiendo más profundamente lo que ya sentíamos, pudiéramos estar nuevamente juntos. ¡Qué importaba que únicamente como amigos, y no como amantes! Yo me hubiera llenado una alegría que se hubiera desbordado en mi corazón, si tan solo hubiera podido volver a ver esos ojos tuyos, querida.
Mi último mensaje ese fue. Yo, en tu ausencia de lástima hacia mí, hacia mi dolor, hacia el cariño que aprendí a cultivar por tu corazón, por tu inmadurez, por tu ingenuidad, tuve que hacer frente y decirte que fueras feliz, que cuidaras mucho de ese corazón que, a pesar de todo, es muy débil y frágil, y que sabías que conmigo siempre contarías para todo lo que pudieras necesitar. Y no te miento, jamás podría hacerlo: pregúntaselo a aquellas a las que alguna vez hube de querer, y que su cariño, ¡ay!, también me dejaron de obsequiar.
Tuviste el descaro de arrebatarme el placer de tu presencia. ¿Porqué, Dios mío, te ensañaste conmigo de esa forma tan absurda, cuando todo lo que te pedí fue una pizca, una pequeñísima fracción de tu amistad, ya que no quisiste regalarme tu cariño? ¿Porqué, en qué hora, y quién fue esa amiga tuya que te aconsejó desaparecer por completo de mi vida, llevándote contigo tu voz, tus ojos, tus labios, tus dulces palabras, esos momentos que jamás me arrancaré de mi pecho?