jueves, mayo 26, 2011

A veces el pasado nos alcanza

A veces el pasado nos alcanza, y llega como un fantasma que no puede descansar en paz, al que no se olvida, que erra dolorosamente en pos de su víctima. Llega quizás no de manera inesperada, pero sí de manera poco oportuna, para arrasar lo que nunca pudo ser. Llega, cansado y sin ganas, obligado a destrozar lo que no debería ser destrozado, porque, simplemente, alguien olvidó acabar de enterrarle en las profundidades del olvido.

Y entonces no valen intenciones, ni deseos, ni esfuerzos. No vale cariño fraterno o romántico, ni valen horas de paciencia y de compañía. No valen corazones cambiados ni esperanzas nuevas, ni valen honestidades desenmascaradas ni egoísmos apagados. No valen el más pequeño céntimo los nuevos días, las nuevas semanas, ni los nuevos meses.

No hay, entonces, un futuro, cuando nos dejamos alcanzar por un pasado que nunca se fue, que siempre estuvo sentado, cual fantasma, al borde de nuestra cama, esperando siempre, con paciencia, con una lista de pecados no perdonados. Y entonces vienen los gritos, y los reclamos, y las memorias de esperanzas rotas, y de corazones desquebrajados, y de lágrimas extinguidas, y de millones de maldiciones lanzadas al aire.

Nada hay en esta vida que valga cuando el pasado nunca fue enterrado en el pasado, cuando el olvido nunca fue olvido, cuando el perdón jamás llegó a ser perdón.