jueves, septiembre 15, 2005

Vivir mismo es una alegría.

En efecto. Una de las mayores alegrías debe ser la de vivir, la de convivir, de tener sueños, de sentirse amado, de tener responsabilidades.

jueves, agosto 11, 2005

Un mejor mañana

Siempre me gusta pensar que habrá un mejor mañana. No importa cuán duro haya sido el día, o cuán triste el pasado; no importa hasta qué grado de suplicio nos ha llevado la vida en el pasado, o cuántas desilusiones hemos pasado, siempre brillará en el firmamento de la vida un rayo de esperanza.

Es cierto que, en muchas de las ocasiones, esta esperanza se ve difícil, cai inalcanzable, como si no fuera más que una simple ilusión, un sueño pasajero. ¡Qué tristeza me embarga al pensar en todas las personas que, desdichadas en la vida, piensan que la tristeza será todo lo que habrán de experimentar! Porque, como mencionaba, muchas veces resulta que el dolor no nos permite ver que hay un mañana, con sus nuevas nubes, con pajarillos cantando nuevas canciones, con un firmamento más azul, con un sol más brillante. La vida, tan compleja como es, con tantos y tantos elementos que surgen mágicamente a cada día, nos debe tener reservado algún manjar para el alma.

Claro está que es esta luz esperanzadora difícil de alcanzar. Requiera, entonces, una lucha encarnizada en contra de nosotros mismos, contra nuestra propia naturaleza pasajera, llena de tristeza, de dolor, que tratará de mantenernos esclavos, reos. Es entonces que la ayuda de una mano amiga será la que nos ayude a dar el primer paso, así como un niño que recibe ayuda de sus padres en sus primeros pasos, o como el niño siendo intruido por al maestro, cuando intenta realizar sus primeras sumas y restas.

Qué importante es tener la majestuosa oportunidad de ayudar a alguien a salir de esa tristeza. Desde luego que a veces resultará difícil encontrarla, pues en ocasiones la amargura prefiere permanecer en la casa de su víctima, en su ser. Mas, importante es, poder visualizarla cuando la alegría se extingue en los rostros de aquellos que sufren dolores del alma, que no poseen deseos de existir.

Entonces, un bellísimo regalo se nos presentará: el que nos da la vida, para dar nuestro hombro a quien lo necesite.

sábado, julio 16, 2005

Acerca de la justicia social

La vida es un manojo de vivencias, de emociones por sentir, de aventuras por experimentar. En todas y cada una de las cosas, aún en las más pequeñas, existe siempre un nuevo matiz, una nueva forma, un aroma distinto, un algo nuevo, que hará que lleguemos a sentirnos aprisionados por su belleza. Cada amor, cada día, cada día de otoño, acaso de invierno, acaso de verano; cada hijo por nacer, cada padre que nos ve; cada felicidad que nos hace estallar en llanto, cada tristeza que nos recuerda que no estamos solos; todas y cada una de esas cosas que vienen a dar un distinto sentido a nuestra vida, yacen, muchas veces, en las más pequeñas y sencillas cosas.

Desde luego que, la vida tan imperfecta como es, con sus detalles y defectos, no siempre resulta ser tan fácil. Sin embargo, es siempre preciso que una vida tenga más felicidad que tristeza, más risas que angustias, más lágrimas que se asemejen más a la lluvia de primavera que a la de invierno, y más satisfacciones que mal sabores de boca. Después de todo, como decía Alejandro Dumas, sólo quien ha vivido en los mayores dolores puede conocer la verdadera felicidad.

Y aún así, es preciso hacer notar que muchas veces, acaso por temporada, acaso por meros instantes, la amargura se hace presente, envolviéndonos son sucesos nefastos, con tristezas, con ausencias, con pérdidas. Pérdidas de seres amados, acaso de ilusiones, acaso de esperanzas. Es allí cuando la vida es más bien una prueba, es una piedrecilla en el camino. ¿Pero qué hacer cuando ese reto es demasiado grande, esa tristeza demasiado abrumadora?

Porque, a decir verdad, todo mundo está siempre ocupado en sus cosas. Si son felices, estarán desde luego inmersos en la alegría; si están tristes, estarán inmersos en su dolor; si están pasando por una dificultad, estarán pensando en la forma de sortear los problemas. Y esa es la esencia de un ser humano, que, no sabiéndose egoísta, piensa que todo lo que importa es el presente, que todo lo que importa es su vida misma. Vivir para uno, parece ser el dogma de la actualidad. Y, desafortunadamente, con las condiciones actuales en nuestra sociedad, muchas veces tan injusta, muchas veces tan hipócrita, el margen que se puede llegar a tener para girar nuestra atención a otros se ahonda, se pierde.

Imaginar a un hombre que ha perdido en un incendio no sólo su patrimonio, sino todo su mundo, al parecer toda su familia; pensar en la madre de familia, que, habiéndo sufrido una injusticia, ha sido despedida del trabajo, y que no tiene con qué darle de comer a los suyos; pensar en quien lo ha arriesgado todo por un sueño, siendo derrotado por una sociedad celosa. Pensar cuántos de nosotros podríamos ser ellos mismos. Entonces comenzaremos a entender cuántos de ellos se han transmutado en bestias, en criminales, en animales. La sociedad les ha quitado el derecho a seguir viviendo, acaso más bien hubo de ser el azar y la naturaleza. Se perderán en el dolor, en la tristezas, quizás en el crimen, quizás en algo todavía más śordido.

Es entonces que me pregunto, ¿no hubo nadie allí para auxiliarlos?, quizás no. Quizás todos estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos. Quizás unos acaso se dieron cuenta, tal vez se llenaron de ternura y de lástima. Lo cierto es que todos estaban preocupados por obtener más dinero, por gastar su tiempo con sus seres queridos, por estarse diviertiendo. Porque, dado que lo que la humanidad ha logrado a través de los tiempos -efímeros tiempos, en verdad-, lo ha logrado como un todo, ¿no debiera acaso el pueblo unirse en uno solo, cuando de ayudar se trata? Sí, es cierto que hay eventos para recaudar eventos, que hay donaciones, y todo eso. Empero, muchas veces no se trata de ayudar solamente con bienes, con una moneda. También es cuestión de ayudar con tiempo, con esfuerzo, con paciencia, regalando no billetes, sino una sonrisa, una muestra de apoyo, una nueva ilusión, un sentimiento de entendimiento, de comprensión.

lunes, julio 11, 2005

La sociedad castiga con carcel y desprestigio los crímenes, a fin de que, observándolos todos, se eviten en la medida de lo posible. Así siempre ha sido, y la historia nos muestra que, a través de todos estos siglos, en todas y cada una de las distintas culturas, siempre ha existido el castigo ante el crímen. Y si de crímenes abominables hablamos, bien podríamos nombrar al asesinato como el más terrible, el que termina con una vida, fruto maravilloso de la naturaleza, y, horriblemente, también con una familia, en donde cada miembro ve cómo muere una parte suya, yéndose para siempre con el difunto.

Los asesinos son, desde luego, temídos. No importan sus verdaderas razones, pues, al fin y al cabo, la muerte propagan con sus manos, con sus mentes. Son personas que parecen repartir malestar, tristeza, tragedia. Almas que han perdido el rumbo, que han dejado de perder, o bien el miedo al castigo de la sociedad, o bien la razón. En ese sentido, nunca importará si los motivos del asesino son menos o más justos, o qué tan terribles, qué tan impactantes. Su crímen es acabar con una familia por cada víctima, con una multitud de sueños y esperanzas en cada muerte. Jinetes del apocalípsis, ejercen una función que nunca les fue concedida, que hubieron de arrebatar, por la cual, de manera probable deberán pagar, sea en este mundo, sea en el otro.

Así las cosas, podemos nombrar a dos clases de asesinos. Por una parte, están los que asesinan por razones personales, por pasiones desenfrenadas, por celos, por odio, por robo, por violación, por venganza. Son, desde luego, terribles, porque, muchas veces arrebatados por alguna emoción mortífera, pierden noción de toda la violencia que salpican en la sociedad. Golpean, hacen sufrir, humillan. Los otros asesinos, quizás tan terribles como éstos, son los que han perdido no el miedo divino, o el miedo a la sociedad, sino que son seres que han perdido la razón, que hubieron de permanecer en un permanente estado de locura. Asesinan por necesidad de la mente, porque alguien los maltrato de niños, porque alguien abusó de ellos, porque hubieron de recibir un mal ejemplo. Toman las vidas sin darse cuenta de lo que hacen, de manera silenciosa, callada, en la oscuridad. Son como niños que no se dan cuenta de su macabro juego. ALgún día, entonces, la sociedad dará cuenta de su obra, y estallará en llanto, horrorizada.

Y, sin embargo, me atrevo a pensar que hay asesinos que destruyen más vidas, que causan mayor dolor. Son temibles, no tienen escrúpulos. No están arrebatados por el odio, ni por la locura, sino que es la despersonalización, la avaricia, lo que los consume. Asesinos que pocas veces reciben castigo, que son admirados muchas veces, que son repudiados en algunas otras. Cometen asesinatos terribles, pues acaban de tajo con vidas y esperanzas, con sueños, con ilusiones. Viven presas de una locura llamada ignorancia, dentro de la cuál sólo pueden ver el poder, el dinero. Les arrebatan la vida a multitudes enteras, mas nadie levantan la voz para pedir el castigo que merecen.

Y, de manera bastante terrible, abundan hoy día. Los hay en todos los países del mundo, aunque hay especial abundancia de estos monstruos en los países pobres, en donde la justicia en sólo un instrumento, que existe sólo para algunos cuántos. No son todos hombres, sino que cada vez hay más mujeres de esta clase de criminales. Van a las universidades, se codean con gente de poder, con empresarios, con quien les parezca que puede brindarles algún bien a futuro. Leen los periódicos, dan opiniones a la prensa. Y, de un día para otro, se les ocurre una brillante idea que vendrá a llenar de dinero su bolsillo. ¿Y el precio?, varias vidas. A veces, hasta generaciones son asesinadas.

Muchos de ellos han llegado a un grado de perdición, que los escrúpulos desaparecen por completo. No les importaría vender a sus padres con tal de lograr sus cometidos. No se conmueven ante el dolor, sino que le ven, divertidos. Y le humillan, encima de todo. Perdidos en el cuidado de su imágen, comprando ropa cara, manejando automóviles de precios elevadísismos, comiendo en restaurantes con precios estúpidos, se dedican al muy común arte de los imbéciles actuales: hacer que hacen algo, sin mover un dedo.

Menosprecian a los demás, y ven a la sociedad como un grupo de chiquillos. En ocasiones, se sienten que están jugando ajedrez, pues quitan a los peones adversarios cuando les estorban. Manejan su poder pagados por otros criminales, tan pérfidos como ellos, que son los dueños -según ellos- del mundo. Juegan a buscar nuevas formas de explotar al pobre, al marginado.

Y es entonces, estimado jurado, que me pregunto: ¿fue realmente un crímen lo que hube de perpetrar? ¿fue acaso este pequeño y solo asesinato un acto vil y terrible?, ¿es que acaso no fue en defensa propia? Y yo respondo, en ese sentido, por la sociedad entera. Únicamente nos defendíamos de un enemigo en común, que nos humillaba, que nos quitaba los sueños, que no le importaba acabar con nuestras vida. ¡Con cuántas vidas no hubo de acabar en todos estos años!, porque, en verdad, acababa con vidas al quitarles la oportunidad de la cultura, quitándoles una cultura de equidad, marginándonos. Nos hacía creer que estaba para servirnos, cuando en realidad ya nos había vendido al enemigo.

¿Me castigarán por un acto como este, cuando la vida de este hombre valía menos que nada?, por Dios, ¡no sean tontos!, porque yo hube de acabar, sin violencia alguna, con esta hierba mala, que hubo de saquear nuestro pueblo, que hubo de aceptar leyes que nos perjudicaban cuando estuvo en el senado. Realizaba tratos con los dirigentes de otros partidos políticos para que se aceptaran leyes que subieran los impuestos aún cuando gran parte de ese dinero va a parar a sus bolsillo y sus millonarias cuentas bancarias en el extranjero-, leyes para que los banqueros fueran beneficiados aún en sus robos, y brindándonos una cultura deficiente, en la cual se nos enseñaba a ser peones de imbéciles que no comprenden el valor del más pequeño de nosotros.

Fue él quien acabo con millones de vidas, con millones de familias. Por él, con sus medidas políticas, muchísimas familias hubieron de padecer hambre, mientras que los señores dueños del mundo -y de la estupidez- amasaban grandes fortunas. Fueron gente como él, los que permitieron que los salarios fueran tan deprimentes, que las condiciones fueran inhumanas. Estamos hartos de personas como él, que desperdigan desigualdad, ignorancia, pobreza, hipocresía. Gente que nunca ha creído en la justicia, para quien los ricos deben de vivir de los pobres, para quienes existen personas que valen menos que otras, simplemente por el dinero, o por sus creencias, acaso por el color de su piel.

¿Un crimen?, no me hagan reír. Yo le maté, y quizá ustedes me sentencien a cadena perpetua, cuando él, como muchos otros, acabo pasivamente con las vidas de toda una nación, acaso de toda una nación. Nos vendió, y vendió nuestro legado a otro país, e hizo que nuestra gente perdiera sus raices. Se jactaba de ser nacionalista, ¡nada más falso!

Es todo lo que tengo que decir. Empero, mucha tristeza embarga mi corazón, al pensar que tanta y tanta gente como él existe allá fuera, en esa sociedad que trabaja para mantener a los ricos empresarios, que vive de tristezas, que vive de injusticias. Un pueblo al que le meten en la cabeza que vale menos por su color de piel, por su origen. Un pueblo que recibe 'atole con el dedo', como decía el difunto padre José. Un pueblo que debería ser reivindicado, pero fue vendido por un precio muy bajo. Un pueblo al que esa gente no le ha permitido alcanzar sus sueños. Toda esa gente malvada que mata a su antojo, que juega con la ley, que no es castigada por sus crímenes, que modifica la información de los medios, engañando a nuestro pueblo.

Sólo le pido a Dios, no que, muchos como yo, vayan y asesinen a esos malnacidos criminales, no. Porque, en este tiempo, estuve pensando que hay mejores formas de crear una más justa sociedad. Sólo le pido a Dios que mi pueblo se levante en un grito, no de guerra, sino de justicia. Moriré, aún con mi error, deseando que esa ilusión se realice en un futuro no muy lejano.

Soy todo suyo.