viernes, octubre 22, 2010

El sevillano de Praga 6

A las once menos diez de la noche la puerta del piso número seis del edificio número siete de una calle cualquiera cerca de Cechovo Namesti fue abierta por la mano de Jan Z., quien por mero azar era la persona más cercana a la puerta cuando sonó el timbre. Y en ese instante entró la peculiar figura de Miroslav S., alta pero todavía adolescente por sus miembros débiles y frágiles, con sus ojos pequeños, hundiéndose en su rostro alargado que terminaba en una descomunal quijada coronada con una barba irregular de un mes o dos, y con los dientes, como pequeñas sierras, escapándose de la boca, en una estúpida sonrisa, debajo de la nariz prominente de perico que coronaba la cómica fealdad de su persona.

Entró con pasos largos en la estancia, jorobado, con una botella de champaña barata envuelta en una bolsa, estirando su cuello de avestruz entre la concurrencia, que, dicho sea de paso, no reparó en él, como nunca reparaban de él en la universidad -a menos de que dejara escapar un graznido chillón que tenía por risa-, a merced de que todos los presentes estaban ya en la primera, segunda, o tercera etapa del cortejo. Se perdió durante varios minutos buscando a Patricia, la de las tetas grandes, a quien encontró con Milan, en plena sesión de jugueteo bucal. Luego a Monika, a quien encontró en un rincón, dándole la espalda, mientras las manos de Ratislav le acariciaban las nalgas. Desconsolado, buscó a Zuzana, a quien no encontró, y de quien le dijeron que se acababa de ir con Honza "a tomar aire" hace unos veinte minutos.

Resignado al celibato esa noche de principios de verano y de fines del semestre de la universidad de Carlos en Praga, buscó un lugar para sentarse, se sirvió una copa de la champaña barata que llevaba, cuando de pronto observó que Lenka "la loca" estaba sentada sola en un rincón, con la mirada perdida en el suelo, demasiado sobria. Se le acercó con su sonrisa de bufón y los ojos pequeños brillando, llenos de lujuria adolescente. Pero Lenka "la loca" no puso atención cuando Miroslav se le presentó, ni cuando le ofreció un trago, ni cuando le preguntó si acaso estaba cansada.

martes, octubre 19, 2010

Al despertar me doy cuenta

Un simple día, al despertar, me doy cuenta de que ya no te busco como antes lo hacía. Ya no busco con ansias tus fotos tras tu ausencia, ni te evoco en mis momentos de silencio. No me pregunto a cualquier hora sobre tu paradero, ni sobre lo que estarás haciendo. Ya no siento ese impulso de llamarte, de querer verte con ansiedad, de querer tocar tu cuerpo con ardor. Todo eso se ha ido, se ha desvanecido, consumido en un momento, en un sólo instante, para siempre.

Y ese simple día, en que ya no te busco, no me siento triste, ni quiero derramar lágrimas al haberte perdido -¿alguna vez te tuve?-. No siento dolor al pensarte, ni al ver tus fotos, ni al verte, si acaso nos cruzamos por la calle, aunque tú lleves esa mirada perdida, por ese nuevo amor fallido. Te sonrío, amablemente, y sigo mi camino.

Qué alegría no haber pasado un duelo, qué afortunado soy al no tener que llorarle a lo que fue, a lo que pudo haber sido, a lo que nunca fue. No tener que soportar el insomnio, las pesadillas, los pensamientos recurrentes e involuntarios, con tus labios en los labios de otros, con tu cuerpo desnudo poseído noche a noche, con tu cariño derramado en alguien más. Qué alegría quedarme indiferente ante las noticias que me llegan de ti, por buenas o malas que puedan ser, y qué afortunado soy de que no me duela que vuelvas o vuelvas a terminar con aquel que te sedujo en mi presencia.

Pero, ¡ah!, qué raro es este sentimiento de vacío que tengo en el pecho cada amanecer, o por la tarde, o por la noche, ansiedad que arde todo el tiempo en mi alma, que me hace sentir un hoyo en el pecho, en mi día, en mi tiempo. Qué raro sentir que me falta algo, sin saber qué, como si me faltara un brazo, o una pierna, o un dedo de la mano derecha. Supongo que es porque de alguna manera