lunes, diciembre 29, 2008

Quisiera ser libre de tu recuerdo

Hoy, finalmente, al llegar la noche, con la luna en menguante en el firmamento, solo, en mi recámara, en la penumbra, en el silencio, he recordado lo que he pasado por ti, como lo he pasado, aunque de manera distinta, aunque de manera diferente, con otras chicas, tras una inevitable separación. He recordado, más bien con tristeza, las largas cartas que te escribí hace unos meses; he recordado con vergüenza esos berrinches que tú y yo hicimos; recuerdo ahora ese sentimiento que me hizo vulnerable ante ti, con cierto dolor en el estómago; he recordado esas vanas ilusiones que me cree alrededor de tu persona. He recordado, también, con cierta risa, los supuestos planes futuros -¿vienes a mi? ¿voy a ti?-. He recordado mi tiempo perdido en atenderte, en escucharte, cuando te quejabas de tus ex novios, y me pregunto si me merecía saber con tanto detalle tu pasado, en vez de esperar un presente y futuro.

He recordado, sin embargo, con más pena, con gran dolor, con la mayor vergüenza, con coraje contra mí principalmente, esos ríos de lágrimas que derramé en noches largas, eternas, inmerso en mi soledad; he recordado adolorido aquellas cartas que te escribí, aún incluso si algunas jamás te llegaron, en los que se confundían, paradójicamente, mi dolor y los rescoldos de mi cariño por ti. He recordado, con la misma mezcla de sentimiento, aquellas horas, de día o de noche, en que me llenaba de celos pensar que besarías otros labios, que alguien más tendría tu cuerpo, que alguien más estaría en tus sueños, con tu voz, tu atención, tu tiempo, horas que desperdicié, y en las que no fui feliz. He recordado, finalmente, la terrible ansiedad que me produjo tu ausencia, las ganas casi incontrolables de buscarte día a día, de esperar que recapacitaras, que dejaras de cometer estupideces en tu vida, no por mí, sino por ti.

Y como dije, ahora me averguenzo de haber sido infeliz. No creas que te echo la culpa, no, sino que más bien me culpo a mí, y por eso me siento tan mal, por haberme hecho infeliz, por dejar de haber disfrutado los pequeños instantes de la vida, pensando en ti, dolorosamente, al amanecer, durante el día, en esos pequeños momentos perdidos, y en las noches, antes de dormir.

Lo veo ahora diferente, en que casi me he desprendido de tu recuerdo, de las ansias por tenerte, de ese capricho por mantenerte a mi lado, por esa absurda ilusión de que pudiéramos estar juntos. Ahora, en estos días, en que ya no recurro al recuerdo de tu sonrisa y de tu voz por las mañanas, o en las noches, o en mis tiempos libres, en que he puesto mi mente en otras cosas, quizás más simples, pero más alegres, quisiera, de una vez por todas, arrancar lo poco o no tan poco que queda de ti en mi. Arrancar esas pocas cosas que consideraba buenas, esos momentos efímeros que me representaron alguna vez tanta alegría, y que se convirtieron en eternos al ser producto de mi tristeza. Olvidar esos ojos tuyos, ahora que casi me son indiferentes, y olvidar esa voz tuya, esas palabras tiernas, que cada vez me llegan con menor fuerza al corazón. Olvidar esas palabras tuyas, cuando nos separamos, que me siguen pareciendo tan tontas, en que tratabas de justificarte, de mostrar un falso interés por mí, por mi supuesta felicidad, para que yo fuera feliz, mostrándote, supuestamente, como la victimaria que no quiere serlo, cuando ya lo habías sido al mentirme de manera previa.

Quisiera, así pues, caminar, tranquilamente, un día por aquella ciudad en la que ambos vivimos alguna vez, sin preocuparme si te encuentro sola, o si te encuentro acompañada. Que no me importe, finalmente, tu estado sentimental, y que no albergue esperanzas en mi pecho, o que haya celos en mi corazón al verte con algún otro hombre. Quisiera dejar de recordarte, con cualquier sentimiento de por medio, ni con dolor, ni con tristeza, ni con alegría, ni con melancolía. Quisiera dejar de sonreír o de llorar el pensarte, dejar de preocuparme si un amigo en común me dice que estás deprimida, o que, como es tu costumbre, dejaste que algún bruto te hiriese, que engañara, o te manipulara. Quisiera poder sonreírte, como una mera conocida, si me ves con ojos de ternura, en pos de incrementarte el ego a mi costa, y seguir derecho, sin ponerte atención.

Quisiera poder, también, dejar de poner atención en mi imaginación, cuando te vea, quizás, en otro país, si acaso te fugaras con alguien que conociste apenas, y que decidiste, o pensaste, que era el hombre de tu vida. Y dejar de preocuparme si acaso no puedo detener mi terrible imaginación, que me muestre tu cuerpo desnudo siendo poseído por otro hombre, o simplemente, mostrándome que con inmensa ternura y esperanza besas a algún Romeo. Que no me importe si él te rapta, o te engaña, o de manipula, o te maltrata. Que no me importe si lloras, o si necesitas ayuda, consejo, o un hombre sobre el que puedas llorar. Que no me importe que regreses a tu patria, destrozada, tras algunos años, en que descubras que no era el hombre que tanto esperabas. Que no me importe verte, quizás, de la calle, sola, deprimida, cuando hayas agotado el manantial de tu llano, y pálida, con el espíritu desolado, te hayas perdido en la desesperanza y el odio hacia el mundo.

Porque quiero ser libre, y porque quiero dejar de hacer mi vida alrededor tuyo, como la hube de hacer por algunos meses, sin razón, ni motivo, ni mérito. Porque quiero ser libre, y porque quiero, por una vez en mi vida, alejarme de mujeres como tú, en que tanto me fijo, que tanto añoro, y que gustan, así como tú lo hiciste, de dejarme buscando sueños en el cielo, escapándose con hombres que apenas conocen, con el que tuvieron una noche de placer y creen que eso les representará una eternidad de amor, o cuando confunden en ellos la pasividad con la madurez. Porque quiero que dejen de buscarme, egoístamente, cuando estén tristes y necesiten que alguien les recuerde lo bonita, o tiernas, o inteligentes que supuestamente son. Porque quiero ser libre, y alejarme de mujeres como tú, llamense María, Marta, Magdalena, Manuela, Margarita, Mónica, Dolores o Esperanza, que nada bueno dejan en mi alma.

sábado, diciembre 20, 2008

Exijo una explicación

Tal como ella me lo pidió, me dirigí a la cocina. Y una vez allí, mientras los demás continuaban en la fiesta, se me quedó viendo, mientras fumaba un cigarrillo, nerviosa. Echó un vistazo con cuidado al resto de la concurrencia, y después, levantando las cejas, me vio de manera poderosa, y me dijo: "Exijo una explicación".

Callé y la sorpresa se dibujó en mi rostro. Fruncí el ceño, y levemente ofendido, repliqué: "Explicación, ¿de qué?".

Ella me vio nuevamente, y callando por unos segundos, mostró cierto desconcierto. Movió la cabeza de un lado a otro, agitando su cigarrillo. "Deja de fingir que no lo sabes", dijo finalmente.

Callé ahora yo, mientras la veía y mostraba mi desconcierto a mi vez. "¡Puedes ser más clara? No tengo ni la menor idea de lo que quieres saber. Si no me dices qué demonios pasa, no puedo saberlo", dije, un tanto molesto por su falta de claridad.

"Mi hermana" dijo ella, todavía instalada en su seriedad, posando ahora la mirada distraída en el salón principal. "Tu hermana, ¿qué?" dije esta vez yo. "¿Porqué estás con ella?" dijo ella de pronto, como un reclamo. Y entonces, le eché una mirada consternada. "Porque es una chica muy dulce", contesté, y estaba a punto de dejar la cocina, ante la forma tan tonta en que, según yo, iba la conversación.

Al pasar por enfrente de ella, me tomó por el brazo, con todas sus fuerzas, mostrando que estaba verdaderamente molesta. "Estás con ella como forma de venganza, ¿verdad?", preguntó casi en silencio. "Lucrecia, estás loca. No podría estar con alguien sólo por capricho. Y ultimadamente, venganza de qué". "Demonios, Luis, deja de fingir. Venganza por que te dejé" dijo ella, desesperada, aventando su cigarrillo terminado al bote de la basura.

Me dejó de sujetar por el brazo, y se cruzó de brazos, como si esperara mi explicación. Supuse que ella esperaría una justificación, que ella pudiera, a su vez, rezar a su hermana. Luis no te quiere, solamente te tomó porque me odia por dejarle, así que vio en ti una forma de vengarse de mí. Lucrecia, Lucrecia. ¿Te conozco mal o te conozco demasiado bien?

"María es una niña muy linda, ¿sabes?" dije yo por lo bajo. "Y eso es todo lo que me importa", finalicé. Y nuevamente me dispuse a salir de la cocina. Más, ay, nuevamente me detuvo con su brazo delgado, apretándome muy fuertemente la muñeca. "Eso es una mentira" dijo ella, seria, con un aire de molestia. "Si no me crees, allá tú", dije, con un tono de 'qué me importa'. Pero ella no soltaba mi muñeca.

"¿Qué esperas escuchar, Lucrecia?" dije entonces, tras unos minutos en silencio, en los que esperé que ella dijera algo más. "Que me digas porqué demonios tenías que terminar siendo novio de mi hermana" dijo ella, con un tono imperativo. "Ya te lo he dicho: es una niña muy linda, y muy tierna". "Eso mismo dijiste de mí, cabrón" dijo ella entonces, gritando. Afortunadamente el sonido en la sala era demasiado alto, y nadie, sobre todo María, pudo escucharlo.

Guardé silencio, esperando que Lucrecia se calmara. Pero ella tenía el rostro rojo, encendido, con las venas de las sienes a punto de explotarle. Lucrecia en color tomate. La vi a los ojos y ella me mostró en su mirada su gran molestia.

"Querida, no sé qué pasa por tu muy enferma mente. Pero yo ando con quien me place la gana. Tu hermana es una persona con muchas cosas buenas. Y sí, eso te lo dije a ti. Es parte de mis gustos. Me gustan lindas y tiernas. ¿Existe algún pecado en ello? espero que no.", le dije, mientras la miraba a los ojos.

En ese instante, no sé qué cosa iba a decir Lucrecia, pero en ese momento María entró en la cocina, e instintivamente me abrazó y me besó. Después, al voltear la mirada a su hermana, y verla iracunda, me vio de nuevo a mí, y separándose de ambos, nos preguntó: ¿qué pasa aquí?.

Lucrecia entonces le dijo que ella y yo habíamos tenido algo que ver. María se me queda viendo entonces, impresionada. Estoy a punto de interceder, pero Lucrecia sigue hablando, fuera de sí. Dice que me porté como un patán cuando ella me dejó, y que le dije que era una puta. Que le dije que era una hipócrita, y una infeliz. ¿Es cierto eso, Luis? Sí, María eso dije. Y Lucrecia sigue hablando: este imbécil solamente quiere jugar contigo, hermanita. El imbécil no me puede olvidar, y tiene que buscarse a mi hermana menor para tomarse venganza. María me ve, con sus enormes ojos, expresivos, a punto de llorar.

"¿Es eso cierto, Luis?", pregunta, mientras se le va la voz. Lucrecia, en cambio, ya parece más tranquila, pues la ira ha abandona su pecho. Saca un cigarrillo, y se pone a fumarlo, tranquila, expectante. Yo soy ahora quien la veo con odio. Maldita perra, eres todo lo que te dije, aunque ahora no puedo confirmarlo. ¿Qué puedo decir en mi defensa? Y sobre todo: ¿me creerá María más a que su hermana? Si exploto, aunque diga la verdad, Lucrecia será siempre su hermana. Y a mi me puede tomar como lo que más parece que soy, aunque sea falso...

(Continuará...)

viernes, diciembre 19, 2008

Y un buen día comprendí

Y un buen día comprendí que no había forma en que me podría deshacer de ti y de tu recuerdo. No existía forma humana, fórmula, camino, manera, rutina, tiempo, o distancia que me ayudara a superarte. Por mucho que intentara, nunca daría con tu olvido. Y eso eso era algo que me llenaba cada vez de más ansiedad. Ya no soportaba recordar tu cabello cenizo, tus ojos, tus labios, tu voz, tu cuerpo, tus palabras. Habían en mi mente fotos, tonos, aromas, y otras tantas cosas de ti guardadas, de las que mi espíritu, ahora melancólico, se negaba a tirar por la borda.

Así que despesperado por completo por el terrible fracaso que me representaba no poder dejarte atrás, tuve que resignarme a vivir así, pensando en ti, recordándote en cada amanecer, pensando en ti las tardes lluviosas, en los amaneceres cálidos, en las noches llenas de silencio. En ese aspecto, tengo que confesar que me di cuenta de que cuando estaba con otras personas me resultaba más fácil no pensar en ti; pero, como bien dice un verso, yo tenía miedo de quedarme con tu recuerdo a solas.

Lo más peculiar de todo fue que en mi resignación encontré cierta paz. Quizás te parezca raro, pero en esa resignación tan inusual encontré calma en mi alma, pues si bien seguías enterrada en mí, podía llevar a cabo mis actividades sin demasiados problemas o distracciones. Y la razón era que en la resignación, tuve que aceptar que te seguía queriendo y pensando. Realmente le dejé de dar importancia a que tuvieras amoríos constantes y efímeros con no sé qué clase de hombres estúpidos, desconocidos, extranjeros, intelectuales o cavernícolas, machos o liberales. También le dejé de dar importancia a que no estuvieras a mi lado, y que te pasaras los días pensando en otros hombres. Ya no me importaba demasiado reconocer que no fui gran cosa en tu vida, sino, tan sólo, un amigo, en el mejor de los casos. No me importaba saber que alguien más disfrutaba de tu cuerpo en interminables noches, o que quizás te casarías un buen día de estos.

Para mi espíritu era suficiente aceptar que te seguía queriendo, por lejos que estuvieras, y por poco que me estimaras. Qué importaba que fueras inalcanzable, y qué demonio importaba si nunca te representé ni siquiera el más vulgar amante. Qué importaba si te parecí un personaje flaco, de poca estatura, de aspecto simpático, más bien poco varonil, con una inteligencia que valía poco a tus ojos. Qué importaba si te habías acostado con tres mil hombres, y qué importaba si habías jugado conmigo alguna vez, para subirte el ego. Qué importaba que hicieras cada vez cosas más estúpidas e ilógicas, aunque acabaras cada vez más deprimida.

Yo sólo sabía que te seguía queriendo. No sé si al aferrarme a ello fue lo mejor, pero, por ahora, puedo decir que eso es todo lo que me importa: que por promiscua, conservadora, mentirosa, insensata, inestable, loca, estúpida, inteligente, culta o inculta, cariñosa o fría, yo te quería, y que este cariño era valioso no porque tú me correspondieras, sino porque valía por sí mismo, aunque no fuera otra cosa que un idilio unidireccional, y no me importaba demasiado qué pasara a mi alrededor, pues ese idilio, aunque tonto quizás, era mucho más real que cualquiera de tus amoríos de cuatro semanas, y porque para mí era, como lo fueron en otras ocasiones mis otras relaciones, verdadero amor, por pocos besos y noches que compartieramos en aquel pasado que se negaba a morir en mis brazos.

domingo, diciembre 14, 2008

Al verte

Cuando al cruzar en esa parcial oscuridad un pasillo lleno de gente, entre risas, copas chocando, y música que hacían casi inaudibles las leves palabras que volaban al aire, como palomas, puse mi mirada distraída en ti. La puse como se pone la mirada sobre tantas personas, sin analizarlas, de manera accidental, casual, quizás recorriendo un camino que no las tiene como fin. Pero al mover mis ojos sobre el grupo de gente con el que estabas, tuve que regresar mi mirada a ti, y a tus ojos claros. No es que lo haya querido hacer: es que tenía que hacerlo, necesitaba hacerlo.

Y al dar un par de pasos más, te seguí viendo, en una forma en la que se mezclaban la timidez y la necesidad, y en un instante tus ojos se toparon con los míos, y nos quedamos allí, en ese breve pero inmenso instante, sin quitarnos las miradas de encima, para, posteriormente, ambos, sonreír nerviosamente.

Y al dar otros pasos más, habiendo cruzado tu mesa, me di cuenta de que me parecía conocerte. Supuse que nos habríamos visto con anterioridad en otro lugar, o quizás en ese mismo, e incluso, por un breve instante, te confundí con una persona con la que pude bailar en una ocasión. Así que levanté mi cuello por entre otras personas, dirigiendo mi fugaz mirada a tu mesa, buscándote. Y te vi allí, de nuevo, con tu largo cabello castaño cayendo sobre tus hombres, y tu sonrisa coqueta, hablando con los chicos y chicas de tu grupo.

No, no te conocía, no eras esa persona que pensaba que eras, pero había algo en ti que me hizo pensar que te conocía.

Poco después, cuando te vi bailar, cuando te vi intercambiar miradas, palabras, sonrisas, bromas y un beso fraternal con un chico que parecía ser tu novio, o pretendiente, o esposo, o amante, o amigo -¿quién puede saberlo?-, me di cuenta de que, simplemente, me resultabas irresistible. Al poco tiempo, mis amigos, fijándose en tu grupo, comenzaron a burlarse de ustedes, mencionando su ropa, su actitud, y demás. A mi no me importaba qué demonios le pasara a tu grupo, yo sólo sabía que, de manera inexplicable, me llamabas la atención de una manera, simplemenet, absurda. No podía quitarte la mirada de encima, mientras sonreías, bailabas sola, o bailabas acompañada.

¿Me gustó tu cuerpo, tus caderas? ¿Me gustó la forma en que ibas vestidas, con esos jeans rotos, con esa blusa de mangas largas, en color morado? ¿Me gustó ese cabello largo, castaño, sin peinar? ¿Me gustaron tus ojos claros, felinos, pispiretos? ¿Fue lo que me atrajo esa forma de relacionarte con los demás, la seguridad que proyectabas?

No pude en ese momento decirlo.

Y te invité a bailar, y me puse terriblemente nervioso al tocar tus manos, al tocar tu espalda. Al verte a los ojos, tan cerca, me pareciste tan hermosa, tan preciosa. Esa sonrisa tímida, por momentos cambiando a verguenza leve en esa pista de baile vacía, por momentos sonriendo.

Y cuando nos estábamos bailando, sabía que necesitaba verte, observarte. Ver esos ojos claros, esa sonrisa, ese cabello castaño. !Qué me importaba que, al bailar, notara que te olían las axilas! Qué me importaba que no supieras bailar tan bien, que te faltara coordinación, o que no bailáramos tanto como yo quisiera. Qué me importaba si ibas acompañada, si estabas únicamente de paso en la ciudad, si acaso tenías novio, si yo no te gustaba. Sólo sé que cuando te fuiste, al caer la madrugada, me entristecí un poco.

Pero, ¿sabes? te tengo que ser totalmente honesto. Porque al regresar a casa, en la oscuridad, en el silencio, en la nada, debajo del cielo infinito, sin nadie que me vigilara, sin nadie a quién vigilar, me di cuenta, intempestivamente, que me gustaste de esa manera tan enorme, quizás porque me recordabas a alguien más.

Me recordaste a una chica son esa misma mirada tierna, tímida, por comentos coqueta, a esa sonrisa tan preciosa, con ese cabello largo, castaño, sin peinar. Me recordaste a eso que pensaba olvidado, ido, que se había escapado de mí. Supongo que está mal que te diga todo esto, ¿no? Pero no me importa, porque no me escucharás, porque mañana volarás a otra ciudad. Pero ojalá no hubiera tenido que ser así, si te hubieras quedado a mi lado, y pudiera ver en ti a esa otra persona que no pude tener a mi lado, porque la vida simplemente no lo quiso, porque ella no me pudo amar, porque ella no podía amar. Te quedaras a mi lado, recorándome, quizás sin que yo me hubiera, entonces, dado cuenta, de que al tenerte a ti, pensaba que la tenía a ella.

domingo, diciembre 07, 2008

Sentí que te traicionaba

Quizás creas que estoy completamente loco, cuando te diga que sentí que te traicionaba cuando besaba en los labios a aquella chica tan linda que conocí hace apenas unas dos o tres semanas. Me sentí un poco extraño al tocar su lengua con mi lengua, al acariciar su mejilla, su cabello, en el momento en el que ella me llamó "amorcito", y se despidió de mí con otro beso en la boca.

Y quizás hubiera sentido que te fallaba desde antes. Quizás desde que la vi bailar un sábado por la noche, en que creí que no me podría divertir, porque simplemente, no te podía arrancar de mi mente, por mucho que lo intentara. Me sentí mal contigo, cuando mis ojos se posaron sobre los suyos, y la invité a bailar, y sonriendo, me mostró que yo no le resultaba desagradable.

Pero fue peor después, cuando comenzamos a salir, y nos decíamos cosas tontas pero divertidas, y coquetéabamos, lanzándonos miradas de deseo.Y también cuando ella me abrazó, y me dio un primer beso en la mejilla al despedirnos, y cuando, al amanecer, me encontré que mi primer pensamiento era ella, y la ilusión que para mí ella representaba, en vez de pensar en ti, como lo había hecho en los últimas semanas.

Es raro, ¿no? porque finalmente, estamos separados,y parece que de manera irreconciliable. Nos hemos dicho cosas tan terribles, tan monstruosas, que no veo esperanza ni en diez años en los que el tiempo nos ayude a olvidar esas cosas. Porque, además de todo, yo sigo pensando que no olvidas a ese gran amor que tuviste hace un par de años, con quien incluso compartiste la casa, y a quien no puedes olvidar, aunque tú digas que, simplemente, no pudiste llegar a amarme. Porque, además de eso, desde ahora, desde hace algunas semanas, ya tienes tú un nuevo amor, quizás tan irreal como otros tantos que tuviste, o quizás más irreal que aquellos, pero ilusión, a final de cuentas.

Y pese a lo mucho que me lo repita a mi mismo, no dejo de sentir que te fallo, que he fracasado en alguna forma de confianza que depositaste en mi, que te soy infiel, que estoy con quien no debería. Al respecto, sólo puedo decir una cosa, y espero, francamente, que cambie por ventura mía: me siento infiel, porque beso no a la persona a la que tanto añoro, sino porque beso a otra distinta.

lunes, diciembre 01, 2008

Te pienso, como no pensé que te pensaría

Pienso en tí, como no pensé que te pensaría. No así, no de esta forma. Supuse que pensaría en ti algún día, tras algunas semanas o meses, pero no de esta forma.

Pensarte, así, sin rencor, sin odio, sin mi orgullo herido, sin tristeza, sin dolor, sin frustración. Tampoco te pienso con esperanza, o con ilusión.

Te pienso, así, cual eras, ni más, ni menos, libre de ataduras, libre de lágrimas que me nublen la mirada. Te pienso así, con esos ojos tan enormes que tienes, con ese lunar en el labio, con esa voz grave que posees. Te pienso, con tus bromas negras, con tus chistes negativos, con tus befas amistosas, con tu inseguridad, con tu reserva, con tus miedos, prejuicios e inconsistencias.

Te pienso siempre viéndote, tal cuál eres, lejos de esas batallas que a través de las palabras, de manera tan férrea, mantuvimos. Te pienso siempre tratando de adivinar qué haces, qué sientes, si me recuerdas, si me detestas, o si extrañas mi presencia. Te pienso siempre, también, preguntándome si estás feliz, o triste, si tus impulsos te traicionan, si tus traumas te condenan. Me pregunto tantas veces, al amanecer, si acaso llegaste a culminar aquellas cosas que siempre juzgué como -me perdonarás mucho- estupideces y chiquilladas.

Te pienso, como ves ya, no como yo lo imaginaba. Te pienso como eres, a veces añorándote, a veces simplemente como un distante recuerdo de un pasado que quiero enterrar. Te pienso, y siempre, al pensarte, me pregunto qué haces en este preciso instante, querida mía.