miércoles, marzo 19, 2008

Caminando en la noche

El chico con el corazón roto caminaba por la noche en la calle oscura, sin luces que le observaran o cuidaran. Ni una sola estrella en el firmamento en escena ese día estaba. Caminando con rumbo, y caminando también sin rumbo. Pensando y tratando de no pensar: una parte diciéndole que olvide, la otra tratando de persuadirle de sentir el dolor para aprender de él. Títere entre voluntades distintas, sus pasos le llevaban hacia su casa en esa noche de finales de invierno, fría.

Los ojos miran hacia abajo, con la mirada vagando acá y allá en el suelo. Pisadas cortas y con pies poco levantados, siendo arrastrados, y con manos frías en los bolsillos, y con la boca y nariz secas. Caminaba que caminaba en la noche oscura de su alma. Errante enamorado des-enamorado.

Y es este un dolor que no me deja en paz un solo instante.

Suspira entonces, mientras se da cuenta de que ya falta cada vez menos para llegar a casa: soledad y silencio. Suspira en voz alta: nadie le puede ver, ni nadie de él puede por tanto burlarse. Suspira por tercera vez, pero esta vez siente, por un ligero instante, que se le escapa el llanto. La voz casi le traiciona. Sus ojos que quieren llorar, y las lágrimas que tardan en llegar. Llorar y no poder llorar es un castigo para el alma.

No puedo, por mucho que lo desee, dejar de pensar en ella y en sus mentiras todas.

De pronto empieza a llorar finalmente. Pero sus ojos están secos, y únicamente se escuchan sus gemidos: el alma de su corazón, de sus ilusiones, de sus esperanzas, todas ellas, almas en pena. Hagamos una misa para que descansen en paz, y el dolor podamos sobrellevar. Y continúa él llorando sin lágrimas que formen surcos en su rostro. Gime, gime, gime, aúlla de dolor. Su voz toma un acento agudo, quejumbroso, lastimero. Es muy áspero llorar sin lágrimas, ¿sabes? Las lágrimas lubrican mi dolor.

Y no porque mucho me esfuerce, puedo dejar de pensar en tu traición.

En su mente hay, empero, una leve e insignificante esperanza. De alguna forma, él desea que esa ilusión sea cada vez más real: bálsamo del alma, panacea de mi vida. Si usted no puede conseguirlo, olvídelo, y si no puede olvidarlo, sustitúyalo. Sustitución sobre la que se depositan sus ilusiones todas. Esperanza que casi toma forma real en su retorcida mente. Cualquier cosa por escapar del dolor.

¿Qué hiciste para quedarte enterrada en mi memoria, en mis recuerdos, que no pueda arrancarte por más que lo desee, ante todo el dolor que me provees?

Él la conoció hace pocos días: una chica de ojos cafés, y cabellos cafés, y ropas cafés –eso él cree-. Simpática, linda, amable. Y esa mirada a él la atrae: no parece tener demasiados problemas existenciales. En otras palabras, parece una chica normal: no hay que resolverle la vida, ni lidiar con sus traumas juveniles, ni hacerle olvidar amores pasados que la atormentan. La vio en una fiesta, y vio sus ojos, y vio sus ropas, y vio sus cabellos, y escuchó su voz, y escuchó su tema de conversación, y su aroma olió. Análisis animal: buen prospecto de hembra. Y tras vencer a una hora de miedo y cobardía, se le acerca: ¿bailas? ella acepta. Ellos bailan, y sus ideas se entrecruzan.

Quisiera creer con toda mi alma en que puedo en ella hallar, cuando menos, un hombro sobre el cual sollozar.

Y luego, cuando pasan los días, el la ve de nuevo. ¿Café, comida, plática? Accede ella. ¡Suerte bendita! La conoció en un buen momento, es decir: en un mal momento; porque ella podría ser en esa tristeza enorme, ser una alegría pequeña. ¿Quieres usted señorita ser mi novia? Si no está interesada –y espero sinceramente que sí lo esté-, ¿quiere usted ser mi amiga?

En los ojos de ella quisiera poder encontrar la paz de mi alma, ante las mentiras de una que parecía incapaz de hacerme daño: y yo bajé entonces la guardia, ingenuo.

Formas reales está tratando de dar a –como Bécquer- fantasmas, de la mente, ridícula invención. Formas reales a una idea, a una ilusión. Depositando una esperanza en una chica que acaba de conocer. El dolor le obliga a olvidarle de la forma en que sea: la que sea.

Trato de entender porqué ella actuó así, tan cruelmente conmigo.

De pronto se de cuenta de que el alma piensa en aquella otra, la que le arrancó son sangre las lágrimas. No, mente mía, no dejes que de recuerdos ella permanezca viva en mi mente, más bien, al contrario, lucha con tus fuerzas todas, aún en estos momentos de dolor, para que ella quede olvidada por los siglos de los siglos, amén.

Todavía no te conozco, pero quiero creer que puedo confiar en ti. Quizás me equivoque, quizás no estés demasiado interesada en mí, quizás después me des interminables excusas para no estar conmigo. ¿Y qué importa? Quiero creer en ti, como la imagen clara de mis esperanzas, porque tú representarás para mí un posible futuro, aunque no seas más que una mentira. Quizás ni siquiera acabemos como amigos, pero, por favor, no dejes que deje de tener en ti tontas esperanzas puestas.

Quizás a la tercera cita partas de mi vida, de mis recuerdos, y dejes de ocupar el trono de mi mente, de mis ilusiones, dejes de representar la posibilidad de encontrar cariño en otra persona. Quizás. ¿Y qué más da?

Tan solo te pido eso, no te vayas de mis esperanzas. Porque en tal caso, seguiré pensando en aquella otra, a la que no dejo de extrañar. Que tu imagen se quede conmigo algunos días más, aunque después parta, que te lo agradeceré con toda mi alma, al haber jugado tu papel: ayudarme con una falsa ilusión a ella olvidarla.

martes, marzo 11, 2008

Viendo tratando de ver

Es una melancolía lo último que le veo a ese tío que se me queda viendo mientras me le quedo viendo. Se parece tanto a mí ese compadre que me ve desde el espejo, en el baño del departamento sucio y oscuro -apagemos las luces, ea, para ahorrar energía eléctrica; ¿qué? no me digas que eres uno de esos tíos imbéciles que creen que por pagar la cuenta que llega en verde papel, de la compañía de electricidad, tienen derecho a derrocharla-. Me pregunto entonces -y le pregunto al tipo que me ve en el espejo también-, ¿qué será ahora mismo de ese grandísimo cabrón que me censuraba -y le censuraba también al del espejo- sobre el excesivo a innecesario uso de la vital energía eléctrica? O, mejor dicho, ¿qué será de la madre de aquel cabrón, toda vez que, de manera bastante probable, fue esa comadrona la que le metió esa frase en la deforme cabezota de ese compadre mío? El tío no-mío que se quejaba de su madre, y que, sin embargo -¡oh Dios bendito, milagro, milagro!- estaba hecha a viva imagen de su madre. Amén.

Y en oscuridad se aflige mi alma. No es que la noche sea demasiado oscura en la oscuridad, sino que hay otra oscuridad más oscura que es la que se esparce en mi alma, llenándola, saturándola: soledad, tedio. Vedlo allí, al joven del espejo, cuando no está en el espejo, echado como perro sucio sobre el más sucio sofá, durmiendo-leyendo-platicando con sí. Diez mil pasos en el día, y en ese largo caminar, a nadie ver: pasear en círculo en un cuarto cerrado. Pero, oye, sí vio él a alguien: al del espejo en el espejo cuando entró a sonarse la nariz.

Y el del espejo me sigue viendo con esos ojos que reflejan mis propios ojos, y me sigue observando, y le observo yo observándome. Pero no puedo ver en él mi alma: ¿podemos acaso, alguna vez en la vida, ver el alma nuestra? Sea gris, negra, blanca, o café. ¿No eran los ojos la ventana de nuestra alma? Pues, señor, permítame la osadía terrible de afirmar que eso es una falsedad, pues en los ojos míos que me ven desde el espejo nada de mi alma atisbar puedo.

Porque los ojos míos que me ven desde el espejo, aunque te tristeza corroídos, no alcanzan a expresar de manera completa lo que en mi pecho me sacude. Esos ojos míos, tan faltos de elocuencia. Sufro, aunque de manera pasiva, un dolor que se repartió a sí mismo en leves dosis: tres veces al día, cada dos días, hasta que se le olvide la decepción. Pero pero pero pero, señor don doctor, ¿y cuándo habremos de dejar de suministrarle a la vida suya esas dosis de dolor? Bueno, enfermera mía, hasta que el dolor contenida en una botella del tamaño de la mitad de la ciudad se halle vacía. Y y y y y señor don doctor, pregunta el paciente que tras varias semanas, ¿cuánto líquido queda de dolor?

Ah, eso me pregunto a mí. ¿Cuánto más le queda a mi espíritu verse envuelto en la melancolía que me llena de cansancio el cuerpo y el alma? Porque de tristeza y falta de esperanzas no puedo vivir ya: también de alegrías el hombre vivir debe. Así pues, la pregunta que me hago mientras al espejo me veo de ida y regreso, es: ¿cuándo terminará de derramarse en mi alma ese dolor que en dosis leves ha ya terminado por extinguir de la vida mi candor?

martes, marzo 04, 2008

El amigo que callaba

Tres meses han transcurrido, y en esos meses ha transcurrido una eternidad. Tres meses hace que dejó de ver a aquella, y ahora sus amigos le ven por grandes ratos callar. En melancolía se ha envuelto su alma: ¿qué pasara por su mente y por su corazón, una vez que la tormenta llegó, al parecer, a su fin?

Y él tan solo hondo silencio guarda. Las miradas de sus camaradas le cercan, y se encuentran con ojos distraídos que vagan en la nada, sin emoción aparente. La barbilla sostenida por la mano derecha, y en la boca el silencio, como un sello. No dice demasiadas palabras, como reflexionando lo que los otros dicen. Pero realmente no les escucha del todo. Está ido, está en otra parte, ausente. ¿En dónde está la mente vagabunda suya, mientras su cuerpo con sus amigos al café sentado está?

Su cabeza permanece tranquila, vacía, serena. Un silencio terrible se escucha en su interior. No piensa en nada. El olvido ha llegado finalmente, quizás. Ya no se escucha el lamento de sus lágrimas que tuvieron que ser allí depositadas, al no poder ser derramadas a través de sus ojos. Ya no se escuchan los alaridos de dolor y de rabia, que hasta hace poco resonaban como truenos terribles dentro de sí. Calma absoluta, la nada que reina.

Los otros le siguen viendo: ¿qué ven? A un hombre pensativo. ¿En qué piensas, amigo mío? En nada en particular. ¿Qué pasa ahora por su corazón, que parece estar tan tranquilo, y que, empero no se halla feliz? Calmado, pero alerta. ¿Alerta de qué?

Ellos recuerdan que en silencio han mantenido un escandaloso secreto. No le han confesado a su amigo una verdad que, suponen, le desgarraría el alma, haría explotar su pecho, que atravesaría sus entrañas como la más filosa espada. Han visto algo, y no pueden decirlo, y eso que vieron ni siquiera pueden en voz alta pronunciarlo. A veces refrenan la imagen que de ello les viene a la mente. Lástima por él les invade. Y en momentos como éste se preguntan: ¿lo sabe acaso, y en silencio lo guarda? ¿Lo supo, lo sabía, lo sabe, lo sabrá?

Y una sonrisa a medio fingir se dibuja brevemente en el rostro de aquel. Nada me pasa, amigos queridos. Callo porque no quiero pensar, ni sentir. Sobre todo, no deseo sentir en absoluto. Dejar de experimentar sentimientos es lo que esta alma desea, amigos míos. Muerta para el amor, para la alegría, para la esperanza, sí; pero también muerta para el desconsuelo, la aflicción, la decepción, el dolor: eso intento.

Cuando salgo al campo, puedo observar la majestuosidad de los árboles en el camino, y el verde imponente de la llanura, y el azul del firmamento que se levanta allá arriba infinito, y sin embargo, no me atrae la idea mucho de salir de paseo, porque sentiría alegría en mi pecho. Y cuando veo a un atardecer, el ocaso de un día, con el sol y sus rayos broncíneos bañando la ciudad, extinguiéndose, llenando de un festival de sombras las calles, de manera hermosa, no me detengo demasiado a observarlo, porque entonces, estaría sintiendo alegría. Y cuando veo a mi madre –y que la veo de cuando en cuando-, no me apresuro a besarle la frente, a tomarle las manos, ni a decirle cuánto la extraño, porque entonces, estaría sintiendo amor.

Y cuando veo en el estante de mi recámara mis libros de poemas henchidos, no tengo demasiado interés en leerlos, aunque contengan los más bellos versos que guardan mis recuerdos, porque mi pecho estaría vibrando de pasión. Y cuando paso por enfrente de ese asilo para ancianos, no hago como en otro tiempo, en que me detenía aunque fuera un breve instante, a saludar a algunas de esas olvidadas almas que tanto cariño necesitan, pues de hacerlo así, estaría sintiendo cariño.

No quiero, amigos queridos, ahora sentir ninguna emoción. Mi corazón sacar de mi pecho tan solo quisiera. Cuando mis ilusiones estaban depositadas sobre una mujer, sentía toda clase de emociones todo el tiempo: sentía al ver sus ojos, de placer se llenaban mis oídos al escuchar su voz, de alegría se inundaba mi alma al besar su frente y sus manos. Sentía con gran ardor, con pasión, con furia, nunca reprimiendo el más leve de mis sentimientos.

Mas, ¡ah!, vino entonces a mi vida la oscuridad, y ella de mi lado se fue. ¡Qué terrible dolor se apoderó de mí por entonces, cuando mi felicidad hubo de huir en un instante de la temible fatalidad! Mi corazón, que estaba entregado a ella, casi se despedaza al verse abandonado.

Y es por ello, amigos queridos míos, que ahora no quiero sentir. Hace pocos días he visto con mis propios ojos lo que ustedes a mis oídos callaron. No arquees tú las cejas de esa forma, amiga mía; no simules que estás sorprendido de mis palabras, amigo tal. No crean que no aprecio el desconocimiento que pretendían fingir en ustedes y en mí. Pero, la he visto, la he visto en los brazos de otro hombre, y he visto cómo suspiraba al verle a los ojos, y he notado que su pecho palpitaba cálidamente por él, y he podido ser testigo de que ella a otro hombre ha entregado todo lo que puede entregar una persona. La he visto, a la que en otro tiempo era la causa y totalidad de mis alegrías, por quien soñaba, en quien depositaba mis esperanzas, en quien sonriendo pensaba durante cada instante del día.

Y es por eso, amigos queridos míos, que ahora no quiero sentir. El sentir es para los que son amados, para los que no están destinados a sentir únicamente tristeza y aflicción. Yo, como pueden ver ahora, no tengo demasiadas alegrías en mi vida: están encerradas en la cárcel de mi olvido, permaneciendo allí por un tiempo. Por ahora, sentir sólo me llevaría a recordarla, con sus ojos negros, con su boca delicada, con sus manos frágiles. Sentir pues, haría que su recuerdo no olvidase mi mente, torturándome permanentemente. Así, amigos míos, trato de no sentir, para no sufrir, para que en ese leve instante en que se ausenta toda clase de sentimiento, pueda diluir para siempre su recuerdo.