sábado, octubre 27, 2007

El reloj

Le veo mover las manecillas muy lentamente. Y él parece burlarse de mí. Lentamente, lentamente, se mueve. Y no me importa que se mofe de mí, porque disminuye mi ansiedad el que se mueva lentamente. Cada segundo parece escaparse en una eternidad, y vea las cosas en lento movimiento. Aquí y allá, todo parece perderse en el tiempo.

Y muevo mis ojos por la habitación, tratando de perderme en un millón de cosas. Siempre en un millón de cosas. Trato de que mi mente me mantenga alejado de un pensamiento que me resulta funesto, mientras el tiempo parece avanzar demasiado lento.

Quiero que avance lentamente, porque quisiera tener más tiempo en mí una leve esperanza. Porque, en cuanto acabe el día, y con el día, pronto, una semana, la esperanza será cada día más pequeña.

Y sin embargo, sé que el que haya o no esperanza, el que sea fundada o no, está decido ya, desde hace mucho. Pero como yo no lo sé, me gusta imaginarme que todavía no está decidida, que quizás me resulta favorecedora la vida.

Me guardo mi tristeza

Me guardo mi tristeza para mí. Me la guardo, como me guardo mi ropa en mi clóset, y como guardo mis vergüenzas en mi mente. La guardaré como se guarda un terrible secreto en el olvido, como se guarda un tesoro terrible en un lugar desconocido. La guardaré como se esconde un defecto, como se esconde un perjurio. Dejarle, simplemente en el olvido.

No exponerla a la luz pública, ni siquiera a los ojos de mis amigos. La guardaré para que no la vean, para que no la toquen, para que no se espanten con ella. La guardaré, no para mí, no porque sea egoísta y me la quiera guardar toda para mí - pues, a final de cuentas, no soy un mártir como para guardarme un dolor para mí solo, y sentirme a través de ello llevado a la perfección.

Sólo sé que la guardaré con recelo, lejos incluso, de mis amigos.

La guardaré, la esconderé, hasta el día en que deje de existir, hasta el día en que muera, hasta el día hasta que se extinga. La esconderé hoy, aunque arda como un fuego fatuo, aunque grite, gima, y lance terribles alaridos. Me la guardaré en el pecho aunque me destroce el alma, y la mantendré quieta con los lazos de mi voluntad.

Porque allí es en donde debe ser guardada, en donde nadie pueda verla, en donde nadie pueda reírse de ella.

La guardaré, y si alguien pasa por enfrente de mí, y ve en mi rostro restos de esa terrible tristeza, lo negaré todo. "Nada ha pasado", diré. Y que nada ha pasado pensaré. Me engañaré, hasta el día en que muera mi tristeza. No quiero lástimas, ni conmiseraciones hipócritas, ni palabras de apoyo de personas a las que francamente no les interesa conocerla - suficiente tienen con sus propias cuitas.

viernes, octubre 26, 2007

Aprender a jugar el juego

A mí me han dicho que debo de aprender a jugar el juego. El juego, simplemente el juego.Y todos parecen hacerlo así, los inmaduros adolescentes, y también los supuestamente maduros adultos de treinta años.

Aprender a jugar el juego. Aprender a sacar provecho del juego.

Yo no quiero aprender a jugar un juego, porque por principio de cuentas, no debería haber un maldito juego; la vida no debería estar formada por máscaras, por papeles que interpretar, por posiciones aquí y allá, como un enorme tablero de ajedrez.

Pero todo mundo juega ese juego, y le ven tan normal, quizás porque ya han encontrado la forma en sacar provecho de él. Y quizás por eso le destesto yo: porque no sé jugarlo, y porque me niego a hacerlo.

¿Qué juego juegas ahora? Esa es la pregunta que me hago a todas horas. ¿A qué estoy jugando, Carlos? ¿A qué juego tratan de jugar conmigo? Y la verdad es que yo no quiero jugar un juego. Pero, por ahora, es demasiado tarde no querer jugar, porque soy ya parte de un juego. Aunque, si ya estoy irremediablemente perdido en el juego, mínimo me gustaría saber a qué estamos jugando.

¿A qué estamos jugando? ¿A qué juegan conmigo?

Y esa es la pregunta que me hago también a toda hora. ¿A qué juegan conmigo? No puedo evitar estar en el juego, pero mínimo quisiera saber a qué juegan conmigo. Y entonces, quizás, poder divertirme en ese absurdo juego.