sábado, junio 20, 2009

La noche en que Andrea despertó sobresaltada y tuvo que ir al baño a vomitar su alma (1)

Andrea observó en el espejo el reflejo del cuerpo desnudo de Armando, que yacía boca abajo, sobre las sábanas blancas. Dormía. Dormía con su cabello negro despeinado, con el sudor seco en su pecho impregnado. Exhausto. Y ahora tranquilo como un bebé. Ese cuerpo que se estuvo restregando contra el suyo hasta el cansancio aquella noche, tantas veces apreciado en la leve oscuridad de tantas otras ocasiones, allí, tendido, le llenaba de repulsión de pronto.

Sintió nuevamente náuseas, y nuevamente vomitó. Sintió que nuevas lágrimas salían expulsadas de sus ojos como violento reflejo del vómito. Y sintió, nuevamente, cómo el fluido amargo era fuertemente expulsado por su nariz. Y luego, tras limpiarse la boca, los ojos, y dejar que el agua del inodoro del hotel se llevara lo que se tenía que llevar, respiró con un poco de tranquilidad.

Caminó con cuidado hacia la cama, desnuda, solamente con el brasier blanco y las bragas blancas -haciendo conjunto-, que se puso tras hacer el amor tres veces con Armando, porque no le gustaba dormir sin ropa interior. Recogió, junto a la cama, el pantalón de mezclilla azul que había sido arrojado con furor cuando Armando la desvestía, horas antes, sediento y hambriento de su cuerpo. Y después se puso la blusa negra de tirantes de la que se despojó cuando ya no cabían más besos de él en su boca. Finalmente se puso unos tenis que sacó con cuidado de su maleta, y a punto de dejar la habitación, aunque no quería ver el cuerpo de su novio, no pudo dejar de escuchar el sonido acompasado de sus ronquidos profusos.

Salió casi despavorida del hotel, cruzando por enfrente de la recepción con pasos alargados, esperando que nadie la viera ni le preguntara nada, con su cola de caballo al aire, huyendo de todo. Y al poner su pie derecho en la banqueta, fuera, y al sentir el primer soplo leve de la brisa marítima que le daba en el rostro, se sintió un tanto más aliviada. Vio hacia ambos lados de la calle, y aunque notó que el silencio allí reinaba, comenzó a caminar, sin preocuparse demasiado por lo que pudiera pasar.

Y así, con el cuerpo trémulo, con la mirada baja, sintiendo nuévamente náuseas, llegó hasta el mar, del que no estaba demasiado lejos. Y allí, vio la inmensidad, la oscuridad, el leve murmullo de las olas, y se sentó en la arena, suspirando.

Confundida, llena de una desagradable sorpresa. Había sido tomada, desprevenida, al despertar en medio de la noche, por un sentimiento terrible que le llenó de dolor el estómago, de desencanto, de repulsión contra Armando, y también contra sí misma. Se vio desnuda ante una dolorosa verdad. Y vio, por primera vez desde hace mucho tiempo, las cosas con mayor claridad. Con dolorosa claridad. Y cuando todo este huracán de emociones se estrelló contra la bahía de su cuerpo y alma, había corrido hacia el baño, vomitando tres ocasiones de manera terrible.

Pero ahora, allí, sola, en la arena, debajo de la noche, en medio de la madrugada, con las primeras luces a punto de salir, podía desahogarse finalmente, en su soledad.