miércoles, septiembre 23, 2009

Ave nocturna

Anoche, mientras escribía versos en el firmamento de mi nostalgia, mientras cosechaba melancolía en el jardín de mi memoria, la luna resplandeciente fue testigo del canto de una mal intentionada ave, cuya horrible forma apenas recuerdo, si bien su chillona voz aún resuena con dolor en mis recuerdos. Un ave-títere, manejada por lejanos hilos invisibles de algún titiritero aún más mal intencionado, inconforme con su vida -¿qué tengo que ver con tu vida, titiritero, si nunca hemos hablado el uno con el otro?-, y que ahora, por diversión, por frustración o por locura, se ha empeñado en fastidiarme mi tranquilidad.

Y ayer, pues, mientras descansaba, noté cómo de la rama más baja de un enorme árbol que estaba a mi lado, un ave de un horrible tono café, con ojos razgados, que se perdían en una pequeña inmensidad, con forma anti natural, con pesado aletear, venía a pararse torpemente. Y así, el ave-titere me vio, y empezó a lanzar chillidos, tratando de llamar mi atención. Fue entonces que intenté cerrar mis oídos, encerrarme en mi mente, diciéndome que no le escucharía. Pero el ave no se dio por vencida, y siguió cantando, chillando, no sé bien con qué propósito, sin quitarme la vista de encima, por horas y horas.

Esa ave calló tras mucho tiempo, en esa oscuridad, y estúpido fui al pensar que dicha ave había callado tras el fastidio, tras darse por vencida, que estaba ahora dormitando, distraída, y que podría yo en un instante escaparme en la noche a aquella ave terrible y de mal augurio. Y estúpido e inocente fui al así pensarlo, pues esa ave que no era un ave, pero que intentaba serlo, al escuchar el silencio de mis pasos delicados, intentando huir, lanzó un gruñido, un chillido, alarido hiriente, y con voz humana, con la voz de un conocido mío -ah, cuánto te odio, maldita voz, maldita ave feroz-, gritó en medio de la oscuridad y del silencio:

La vida se llevará consigo a un distante lugar, durante algunas semanas tu felicidad, de manera inevitable, inevitable, inevitable, inevitable...

¡Ah! Maldita ave que huíste en ese instante mientras te escuché en pesado aletear, imaginándome ver los invisibles hilos que te movían, ave sin ser ave, volando sin volar, chillando sin chillar. Escapaste tan cobarde como tu titiritero, y tu como titiritero, como tu domador, tan llena de cobardía huíste sin la oportunidad de brindarme una leve, muy pequeña insatisfacción.

Ave nocturna, ave de rapiña, ave que no eres ave, ave que no vuelas, ave que es movida por invisibles hilos, te encontraré de nuevo en la inmensidad de la nada, de la noche y la oscuridad, y te seguiré y te lanzaré piedras, para que caigas de tu caminar-volar, y te haré caer y me vengaré de tu mal augurio que vino en mala noche, como una profecía inevitable que hubiera querido no saber, y que hará que, inevitablemente, inevitablemente, inevitablemente, mi felicidad sea en efecto arrebatada algunas semanas, llevada lejos, tan lejos y tan cerca, de mí.