miércoles, diciembre 29, 2010

Cuando un simple día te encuentro

Cuando en un simple día de verano extinguiéndose, te veo pasar de manera inesperada muy cerca de mí, giro mi mirada hacia el lado opuesto, de manera violenta, inmerso en un miedo natural. He alcanzado a ver tu cabello enmarañado, libre, dorado, que danza cadenciosamente con el viento. Y he alcanzado a verte los labios rojos, que arden en una carcajada; y he alcanzado a reconocer también tus manos alargadas, suaves y blancas como la nieve.

Pero volteo, lleno de pánico, huyendo de tu rostro, porque no quiero toparme con tus ojos, con esas esmeraldas que coronan tu belleza color oro. No quiero enfrentarme con esos ojos que ya no recuerdo, que me obligué a olvidar hace tanto tiempo, que tanto trabajo me costo arrancar de mis sueños. No quiero que vuelva a la vida ese miedo que aún tengo de lo olvidado que, quizás, resucitando de ese entierro involuntario, atrapado en un algún ataúd en el olvido de mi vida, libre y furioso, me estrangule, me asfixie.

No voltees, por favor, hacia mí, que huyo desesperadamente de esa mirada tuya. Y si me reconoces como el verdugo apenas efímero de tu alegría un cualquier ayer, no fijes tu atención en mi persona, ni me otorgues el perdón que en otro tiempo tanto pedí. Que tus ojos no se detengan en mí, y si lo hacen, que sigan guardándome profundo desprecio, absoluto rencor, y que ese odio mueva tus pies a seguir adelante, sin saludarme, sin buscar mis ojos pecadores, sin pronunciar ni siquiera un merecido insulto.

Camina, camina más, un poco más. Más allá aún, a donde tus ojos no me alcancen, en un lugar en el que pueda apenas distinguirte, reconocer tu cabello, tus labios, tu nariz, tu delicada figura. Y poder recordarte, aún con gran melancolía. Allá, donde no me veas, ni me distingas, en donde no alcance a reconocer esos dos océanos en los que casi muero al sumergirme en ellos, en donde no quiero, aunque gozoso en otro tiempo lo hiciera, morir ahogado.

No hay comentarios.: