sábado, julio 16, 2005

Acerca de la justicia social

La vida es un manojo de vivencias, de emociones por sentir, de aventuras por experimentar. En todas y cada una de las cosas, aún en las más pequeñas, existe siempre un nuevo matiz, una nueva forma, un aroma distinto, un algo nuevo, que hará que lleguemos a sentirnos aprisionados por su belleza. Cada amor, cada día, cada día de otoño, acaso de invierno, acaso de verano; cada hijo por nacer, cada padre que nos ve; cada felicidad que nos hace estallar en llanto, cada tristeza que nos recuerda que no estamos solos; todas y cada una de esas cosas que vienen a dar un distinto sentido a nuestra vida, yacen, muchas veces, en las más pequeñas y sencillas cosas.

Desde luego que, la vida tan imperfecta como es, con sus detalles y defectos, no siempre resulta ser tan fácil. Sin embargo, es siempre preciso que una vida tenga más felicidad que tristeza, más risas que angustias, más lágrimas que se asemejen más a la lluvia de primavera que a la de invierno, y más satisfacciones que mal sabores de boca. Después de todo, como decía Alejandro Dumas, sólo quien ha vivido en los mayores dolores puede conocer la verdadera felicidad.

Y aún así, es preciso hacer notar que muchas veces, acaso por temporada, acaso por meros instantes, la amargura se hace presente, envolviéndonos son sucesos nefastos, con tristezas, con ausencias, con pérdidas. Pérdidas de seres amados, acaso de ilusiones, acaso de esperanzas. Es allí cuando la vida es más bien una prueba, es una piedrecilla en el camino. ¿Pero qué hacer cuando ese reto es demasiado grande, esa tristeza demasiado abrumadora?

Porque, a decir verdad, todo mundo está siempre ocupado en sus cosas. Si son felices, estarán desde luego inmersos en la alegría; si están tristes, estarán inmersos en su dolor; si están pasando por una dificultad, estarán pensando en la forma de sortear los problemas. Y esa es la esencia de un ser humano, que, no sabiéndose egoísta, piensa que todo lo que importa es el presente, que todo lo que importa es su vida misma. Vivir para uno, parece ser el dogma de la actualidad. Y, desafortunadamente, con las condiciones actuales en nuestra sociedad, muchas veces tan injusta, muchas veces tan hipócrita, el margen que se puede llegar a tener para girar nuestra atención a otros se ahonda, se pierde.

Imaginar a un hombre que ha perdido en un incendio no sólo su patrimonio, sino todo su mundo, al parecer toda su familia; pensar en la madre de familia, que, habiéndo sufrido una injusticia, ha sido despedida del trabajo, y que no tiene con qué darle de comer a los suyos; pensar en quien lo ha arriesgado todo por un sueño, siendo derrotado por una sociedad celosa. Pensar cuántos de nosotros podríamos ser ellos mismos. Entonces comenzaremos a entender cuántos de ellos se han transmutado en bestias, en criminales, en animales. La sociedad les ha quitado el derecho a seguir viviendo, acaso más bien hubo de ser el azar y la naturaleza. Se perderán en el dolor, en la tristezas, quizás en el crimen, quizás en algo todavía más śordido.

Es entonces que me pregunto, ¿no hubo nadie allí para auxiliarlos?, quizás no. Quizás todos estaban demasiado ocupados en sus propios asuntos. Quizás unos acaso se dieron cuenta, tal vez se llenaron de ternura y de lástima. Lo cierto es que todos estaban preocupados por obtener más dinero, por gastar su tiempo con sus seres queridos, por estarse diviertiendo. Porque, dado que lo que la humanidad ha logrado a través de los tiempos -efímeros tiempos, en verdad-, lo ha logrado como un todo, ¿no debiera acaso el pueblo unirse en uno solo, cuando de ayudar se trata? Sí, es cierto que hay eventos para recaudar eventos, que hay donaciones, y todo eso. Empero, muchas veces no se trata de ayudar solamente con bienes, con una moneda. También es cuestión de ayudar con tiempo, con esfuerzo, con paciencia, regalando no billetes, sino una sonrisa, una muestra de apoyo, una nueva ilusión, un sentimiento de entendimiento, de comprensión.

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