lunes, julio 11, 2005

La sociedad castiga con carcel y desprestigio los crímenes, a fin de que, observándolos todos, se eviten en la medida de lo posible. Así siempre ha sido, y la historia nos muestra que, a través de todos estos siglos, en todas y cada una de las distintas culturas, siempre ha existido el castigo ante el crímen. Y si de crímenes abominables hablamos, bien podríamos nombrar al asesinato como el más terrible, el que termina con una vida, fruto maravilloso de la naturaleza, y, horriblemente, también con una familia, en donde cada miembro ve cómo muere una parte suya, yéndose para siempre con el difunto.

Los asesinos son, desde luego, temídos. No importan sus verdaderas razones, pues, al fin y al cabo, la muerte propagan con sus manos, con sus mentes. Son personas que parecen repartir malestar, tristeza, tragedia. Almas que han perdido el rumbo, que han dejado de perder, o bien el miedo al castigo de la sociedad, o bien la razón. En ese sentido, nunca importará si los motivos del asesino son menos o más justos, o qué tan terribles, qué tan impactantes. Su crímen es acabar con una familia por cada víctima, con una multitud de sueños y esperanzas en cada muerte. Jinetes del apocalípsis, ejercen una función que nunca les fue concedida, que hubieron de arrebatar, por la cual, de manera probable deberán pagar, sea en este mundo, sea en el otro.

Así las cosas, podemos nombrar a dos clases de asesinos. Por una parte, están los que asesinan por razones personales, por pasiones desenfrenadas, por celos, por odio, por robo, por violación, por venganza. Son, desde luego, terribles, porque, muchas veces arrebatados por alguna emoción mortífera, pierden noción de toda la violencia que salpican en la sociedad. Golpean, hacen sufrir, humillan. Los otros asesinos, quizás tan terribles como éstos, son los que han perdido no el miedo divino, o el miedo a la sociedad, sino que son seres que han perdido la razón, que hubieron de permanecer en un permanente estado de locura. Asesinan por necesidad de la mente, porque alguien los maltrato de niños, porque alguien abusó de ellos, porque hubieron de recibir un mal ejemplo. Toman las vidas sin darse cuenta de lo que hacen, de manera silenciosa, callada, en la oscuridad. Son como niños que no se dan cuenta de su macabro juego. ALgún día, entonces, la sociedad dará cuenta de su obra, y estallará en llanto, horrorizada.

Y, sin embargo, me atrevo a pensar que hay asesinos que destruyen más vidas, que causan mayor dolor. Son temibles, no tienen escrúpulos. No están arrebatados por el odio, ni por la locura, sino que es la despersonalización, la avaricia, lo que los consume. Asesinos que pocas veces reciben castigo, que son admirados muchas veces, que son repudiados en algunas otras. Cometen asesinatos terribles, pues acaban de tajo con vidas y esperanzas, con sueños, con ilusiones. Viven presas de una locura llamada ignorancia, dentro de la cuál sólo pueden ver el poder, el dinero. Les arrebatan la vida a multitudes enteras, mas nadie levantan la voz para pedir el castigo que merecen.

Y, de manera bastante terrible, abundan hoy día. Los hay en todos los países del mundo, aunque hay especial abundancia de estos monstruos en los países pobres, en donde la justicia en sólo un instrumento, que existe sólo para algunos cuántos. No son todos hombres, sino que cada vez hay más mujeres de esta clase de criminales. Van a las universidades, se codean con gente de poder, con empresarios, con quien les parezca que puede brindarles algún bien a futuro. Leen los periódicos, dan opiniones a la prensa. Y, de un día para otro, se les ocurre una brillante idea que vendrá a llenar de dinero su bolsillo. ¿Y el precio?, varias vidas. A veces, hasta generaciones son asesinadas.

Muchos de ellos han llegado a un grado de perdición, que los escrúpulos desaparecen por completo. No les importaría vender a sus padres con tal de lograr sus cometidos. No se conmueven ante el dolor, sino que le ven, divertidos. Y le humillan, encima de todo. Perdidos en el cuidado de su imágen, comprando ropa cara, manejando automóviles de precios elevadísismos, comiendo en restaurantes con precios estúpidos, se dedican al muy común arte de los imbéciles actuales: hacer que hacen algo, sin mover un dedo.

Menosprecian a los demás, y ven a la sociedad como un grupo de chiquillos. En ocasiones, se sienten que están jugando ajedrez, pues quitan a los peones adversarios cuando les estorban. Manejan su poder pagados por otros criminales, tan pérfidos como ellos, que son los dueños -según ellos- del mundo. Juegan a buscar nuevas formas de explotar al pobre, al marginado.

Y es entonces, estimado jurado, que me pregunto: ¿fue realmente un crímen lo que hube de perpetrar? ¿fue acaso este pequeño y solo asesinato un acto vil y terrible?, ¿es que acaso no fue en defensa propia? Y yo respondo, en ese sentido, por la sociedad entera. Únicamente nos defendíamos de un enemigo en común, que nos humillaba, que nos quitaba los sueños, que no le importaba acabar con nuestras vida. ¡Con cuántas vidas no hubo de acabar en todos estos años!, porque, en verdad, acababa con vidas al quitarles la oportunidad de la cultura, quitándoles una cultura de equidad, marginándonos. Nos hacía creer que estaba para servirnos, cuando en realidad ya nos había vendido al enemigo.

¿Me castigarán por un acto como este, cuando la vida de este hombre valía menos que nada?, por Dios, ¡no sean tontos!, porque yo hube de acabar, sin violencia alguna, con esta hierba mala, que hubo de saquear nuestro pueblo, que hubo de aceptar leyes que nos perjudicaban cuando estuvo en el senado. Realizaba tratos con los dirigentes de otros partidos políticos para que se aceptaran leyes que subieran los impuestos aún cuando gran parte de ese dinero va a parar a sus bolsillo y sus millonarias cuentas bancarias en el extranjero-, leyes para que los banqueros fueran beneficiados aún en sus robos, y brindándonos una cultura deficiente, en la cual se nos enseñaba a ser peones de imbéciles que no comprenden el valor del más pequeño de nosotros.

Fue él quien acabo con millones de vidas, con millones de familias. Por él, con sus medidas políticas, muchísimas familias hubieron de padecer hambre, mientras que los señores dueños del mundo -y de la estupidez- amasaban grandes fortunas. Fueron gente como él, los que permitieron que los salarios fueran tan deprimentes, que las condiciones fueran inhumanas. Estamos hartos de personas como él, que desperdigan desigualdad, ignorancia, pobreza, hipocresía. Gente que nunca ha creído en la justicia, para quien los ricos deben de vivir de los pobres, para quienes existen personas que valen menos que otras, simplemente por el dinero, o por sus creencias, acaso por el color de su piel.

¿Un crimen?, no me hagan reír. Yo le maté, y quizá ustedes me sentencien a cadena perpetua, cuando él, como muchos otros, acabo pasivamente con las vidas de toda una nación, acaso de toda una nación. Nos vendió, y vendió nuestro legado a otro país, e hizo que nuestra gente perdiera sus raices. Se jactaba de ser nacionalista, ¡nada más falso!

Es todo lo que tengo que decir. Empero, mucha tristeza embarga mi corazón, al pensar que tanta y tanta gente como él existe allá fuera, en esa sociedad que trabaja para mantener a los ricos empresarios, que vive de tristezas, que vive de injusticias. Un pueblo al que le meten en la cabeza que vale menos por su color de piel, por su origen. Un pueblo que recibe 'atole con el dedo', como decía el difunto padre José. Un pueblo que debería ser reivindicado, pero fue vendido por un precio muy bajo. Un pueblo al que esa gente no le ha permitido alcanzar sus sueños. Toda esa gente malvada que mata a su antojo, que juega con la ley, que no es castigada por sus crímenes, que modifica la información de los medios, engañando a nuestro pueblo.

Sólo le pido a Dios, no que, muchos como yo, vayan y asesinen a esos malnacidos criminales, no. Porque, en este tiempo, estuve pensando que hay mejores formas de crear una más justa sociedad. Sólo le pido a Dios que mi pueblo se levante en un grito, no de guerra, sino de justicia. Moriré, aún con mi error, deseando que esa ilusión se realice en un futuro no muy lejano.

Soy todo suyo.

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