martes, marzo 04, 2008

El amigo que callaba

Tres meses han transcurrido, y en esos meses ha transcurrido una eternidad. Tres meses hace que dejó de ver a aquella, y ahora sus amigos le ven por grandes ratos callar. En melancolía se ha envuelto su alma: ¿qué pasara por su mente y por su corazón, una vez que la tormenta llegó, al parecer, a su fin?

Y él tan solo hondo silencio guarda. Las miradas de sus camaradas le cercan, y se encuentran con ojos distraídos que vagan en la nada, sin emoción aparente. La barbilla sostenida por la mano derecha, y en la boca el silencio, como un sello. No dice demasiadas palabras, como reflexionando lo que los otros dicen. Pero realmente no les escucha del todo. Está ido, está en otra parte, ausente. ¿En dónde está la mente vagabunda suya, mientras su cuerpo con sus amigos al café sentado está?

Su cabeza permanece tranquila, vacía, serena. Un silencio terrible se escucha en su interior. No piensa en nada. El olvido ha llegado finalmente, quizás. Ya no se escucha el lamento de sus lágrimas que tuvieron que ser allí depositadas, al no poder ser derramadas a través de sus ojos. Ya no se escuchan los alaridos de dolor y de rabia, que hasta hace poco resonaban como truenos terribles dentro de sí. Calma absoluta, la nada que reina.

Los otros le siguen viendo: ¿qué ven? A un hombre pensativo. ¿En qué piensas, amigo mío? En nada en particular. ¿Qué pasa ahora por su corazón, que parece estar tan tranquilo, y que, empero no se halla feliz? Calmado, pero alerta. ¿Alerta de qué?

Ellos recuerdan que en silencio han mantenido un escandaloso secreto. No le han confesado a su amigo una verdad que, suponen, le desgarraría el alma, haría explotar su pecho, que atravesaría sus entrañas como la más filosa espada. Han visto algo, y no pueden decirlo, y eso que vieron ni siquiera pueden en voz alta pronunciarlo. A veces refrenan la imagen que de ello les viene a la mente. Lástima por él les invade. Y en momentos como éste se preguntan: ¿lo sabe acaso, y en silencio lo guarda? ¿Lo supo, lo sabía, lo sabe, lo sabrá?

Y una sonrisa a medio fingir se dibuja brevemente en el rostro de aquel. Nada me pasa, amigos queridos. Callo porque no quiero pensar, ni sentir. Sobre todo, no deseo sentir en absoluto. Dejar de experimentar sentimientos es lo que esta alma desea, amigos míos. Muerta para el amor, para la alegría, para la esperanza, sí; pero también muerta para el desconsuelo, la aflicción, la decepción, el dolor: eso intento.

Cuando salgo al campo, puedo observar la majestuosidad de los árboles en el camino, y el verde imponente de la llanura, y el azul del firmamento que se levanta allá arriba infinito, y sin embargo, no me atrae la idea mucho de salir de paseo, porque sentiría alegría en mi pecho. Y cuando veo a un atardecer, el ocaso de un día, con el sol y sus rayos broncíneos bañando la ciudad, extinguiéndose, llenando de un festival de sombras las calles, de manera hermosa, no me detengo demasiado a observarlo, porque entonces, estaría sintiendo alegría. Y cuando veo a mi madre –y que la veo de cuando en cuando-, no me apresuro a besarle la frente, a tomarle las manos, ni a decirle cuánto la extraño, porque entonces, estaría sintiendo amor.

Y cuando veo en el estante de mi recámara mis libros de poemas henchidos, no tengo demasiado interés en leerlos, aunque contengan los más bellos versos que guardan mis recuerdos, porque mi pecho estaría vibrando de pasión. Y cuando paso por enfrente de ese asilo para ancianos, no hago como en otro tiempo, en que me detenía aunque fuera un breve instante, a saludar a algunas de esas olvidadas almas que tanto cariño necesitan, pues de hacerlo así, estaría sintiendo cariño.

No quiero, amigos queridos, ahora sentir ninguna emoción. Mi corazón sacar de mi pecho tan solo quisiera. Cuando mis ilusiones estaban depositadas sobre una mujer, sentía toda clase de emociones todo el tiempo: sentía al ver sus ojos, de placer se llenaban mis oídos al escuchar su voz, de alegría se inundaba mi alma al besar su frente y sus manos. Sentía con gran ardor, con pasión, con furia, nunca reprimiendo el más leve de mis sentimientos.

Mas, ¡ah!, vino entonces a mi vida la oscuridad, y ella de mi lado se fue. ¡Qué terrible dolor se apoderó de mí por entonces, cuando mi felicidad hubo de huir en un instante de la temible fatalidad! Mi corazón, que estaba entregado a ella, casi se despedaza al verse abandonado.

Y es por ello, amigos queridos míos, que ahora no quiero sentir. Hace pocos días he visto con mis propios ojos lo que ustedes a mis oídos callaron. No arquees tú las cejas de esa forma, amiga mía; no simules que estás sorprendido de mis palabras, amigo tal. No crean que no aprecio el desconocimiento que pretendían fingir en ustedes y en mí. Pero, la he visto, la he visto en los brazos de otro hombre, y he visto cómo suspiraba al verle a los ojos, y he notado que su pecho palpitaba cálidamente por él, y he podido ser testigo de que ella a otro hombre ha entregado todo lo que puede entregar una persona. La he visto, a la que en otro tiempo era la causa y totalidad de mis alegrías, por quien soñaba, en quien depositaba mis esperanzas, en quien sonriendo pensaba durante cada instante del día.

Y es por eso, amigos queridos míos, que ahora no quiero sentir. El sentir es para los que son amados, para los que no están destinados a sentir únicamente tristeza y aflicción. Yo, como pueden ver ahora, no tengo demasiadas alegrías en mi vida: están encerradas en la cárcel de mi olvido, permaneciendo allí por un tiempo. Por ahora, sentir sólo me llevaría a recordarla, con sus ojos negros, con su boca delicada, con sus manos frágiles. Sentir pues, haría que su recuerdo no olvidase mi mente, torturándome permanentemente. Así, amigos míos, trato de no sentir, para no sufrir, para que en ese leve instante en que se ausenta toda clase de sentimiento, pueda diluir para siempre su recuerdo.

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