jueves, abril 24, 2008

Desenpolvé un recuerdo, y a terroncito encontré.

Terroncito de azúcar con el cabello negro en corte asimétrico me ve con sus ojos cafés, interrogantes. ¿Qué quieren de mí? Ella me pregunta qué es lo que voy a hacer. ¿Por qué la gente piensa que voy a hacer algo?

Porque te conozco, y sé cuán obsesivo eres, obsesivo.

Ella dice eso, ella. No sé si creerle. Quizás esté en lo cierto. Ella casi podría asegurar que haré algo, algo indebido. Ella dice que yo debiera olvidarlo todo, adelante, adelante, nada atrás, nada de culpas, todo aprendizaje.

Pero no puedes negar que tuviste tu culpa al exagerar las cosas.

Ella tiene razón ahora. ¿La dejó de tener terroncito en algún momento? Quisiera que todas fueran como tú. Pero, volviendo a mi culpa, no puedo dejar de martirizarme al recordar que yo también tuve parte de culpa.

No me merecía yo eso.

Anoche eso me dije, pensando que yo había de mi parte todo puesto. Mas me engañaba, me vendí una mentira: culpa mía, también. Berrinche mío causó varios berrinches a su vez. No mi culpa, pero sí mi culpa. Culpable: Yo.

No puedo creer que haya sido la situación tan evidente, y no hayas podido darte cuenta.

Terroncito de azúcar se fue, al caer la tarde, y esto me lo dice otra chica. Me regañaba y se burla de mí: tengo ojos, pero no veo, y escucho, pero no entiendo. Ellas son demasiado complicadas para mí. Enigma total, confusión, caos, no hay forma de predecirlas o entenderlas. Sí cuando no, no cuando sí, y el quién sabe no significa quién sabe.

He sido un imbécil este tiempo.

Ella me explica la situación con lujo de detalle: ella hubiera podido explicarme las cartas, pero ahora quizás sea demasiado tarde. Una última jugada arriesgada, el todo o nada, el nada o todo. Alegría abrumadora, o tristeza ciclópea. Binomio fantástico. Ojalá pudiera expresarse en una ecuación, conjunto conjugado.

Sus palabras y sus consejos y sus deducciones y sus burlas, todo se revuelve en mi mente en forma multicolor: qué idiota fui, qué tonto al no aprovechar esas pequeñas pero siempre vivas oportunidades. Pero yo al conocerla a ella no la conocía lo suficiente.

Ella sus culpas no puede lavar.

No fue toda mi culpa, o eso dice ella. Ella dice que ella tuvo la culpa, o parte de, mejor dicho. Pero ella jugó su juego, y yo el mío, y yo lo jugué peor que ella: eso dice ella. Yo, el tonto que no puede ver, no puede escuchar, no puede entender, no puede actuar: cobarde siempre. Que necesito aprender a mentir a veces.

Una última jugada macabra, absoluta, inmensa, el todo por el nada, ruleta rusa, la muerte o la vida, alegría o tristeza, blanco o negro, día o noche, primavera o invierno, ella o yo.

(Y si mis queridos amigos querían saber en qué termino el juego de la rusa-ruleta, fui yo quien quedo, claro, con el corazón y esperanzas destrozados, en la pared, salpicando, deshechos, la pared de mi vida).

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