lunes, junio 02, 2008

El héroe sin esposa

... Y entonces nuestro buen mozo, héroe nuestro de la historia toda aquí narrada, astuto marino, que lleva por nombre Edmundo, por entonces tuve sus primeras complicaciones en esta nueva forma de vida, que no es otra sino la de un joven que necesita tomar por esposa a una buena chica, limpia, decente, preferentemente de buen nombre, con una buena dote de ser posible, y ante todo, fiel.

Por que no era precisamente lo que se denomina fácil encontrar una buena chica, y ese mismo hecho, que al parecer sus amigos todos -gallardos jóvenes- habían aprendido a ignorar, era el que ellos le echaban en cara en befas poco amistosas o bromas de mal gusto. Porque ellos habían tomado por esposas a chicas de mala vida, de formas más bien reminiscentes de una vaca gorda, o con una más bien pobre reputación, conocidas a veces no por la cantidad enorme de amantes conocidos, sino por la poca calidad moral y lo poco admirados que resultaban ellos, y en general, toda clase de chicas más bien poco deseables por las madres de cualquier buen ciudadano.

Así que ellos le echaban en cara el que se hiciera el orgulloso, el exigente, el que podía esperar a los siglos de los siglos -amén- a que un buen partido apareciese. Pero la realidad es que en sus aventuras por el continente había gastado gran parte de sus últimos años, y aunque admirado por muchos, cada vez iba siendo menos admirado en función de la carencia de una esposa, por mala que pudiera ser.

Y entonces recordó con más frustración que nostalgia a una chica linda de piel suave como el algodón, sensual como la luna, mas tierna como la que más. Ojos verdes, labios delicados, sentido del humor tan malo como el suyo, pero de gran franqueza, y a primera vista, con pocas posibilidades de ser infiel, no por poseer poca belleza, sino porque parecía ser de una naturaleza completamente humana, sencilla, y franca.

Y todo eso le hacía sentirse más frustrado y amargado, al considerar la cantidad enorme de gallardos mancebos que habían estado al acecho para poseerla: a ella, a su mal humor, a sus delicados labios, a sus ojos verdes, así como su nada despreciable trasero. Hombres de todas clases, brutos que vivían en cantinas, en trabajos mediocres y salarios bajos, o hombres con intenciones artísticas pero poca sensibilidad para lo que verdaderamente podría ser considerado arte, o hombres con facciones más bien femeninas, acaso parecidas a Venus, de esos que el mundo moderno llama 'bien parecidos', pero que eran unos estúpidos al no tener una maldita idea en el cerebro, o sedicentes filántropos que ayudaban no con su dinero, sino con una supuesta ayuda moral o similar a lo que pequeños grupos llamaban buenas obras, aunque no fueran más que una bola de estupideces, y ellos una bola de haraganes, muchas veces viviendo del erario público y nuestros impuestos todos, caballero lector.

Y el saber que fue uno de estos últimos el que pudo probar el néctar de los labios de Ana Karenina -pues así, aunque usted no lo crea, se llamaba esta chica de ojos verdes como las esmeraldas-, el que pudo tomarla como esposa, y ante todo -y no crea usted que lo digo en forma vulgar- poseer las delicadezas de su cuerpo en su totalidad.

Y le causaba a nuestro héroe también bastante amargura saber que así se portaban todos los mancebos de fuerte temple en nuestros tiempos, compitiendo como terribles jaurías en una guerra imprevisible, mordiéndose, golpeándose, rasguñándose, como las más viles hombres de la prehistoria, ya no por lograr la mera subsistencia a través del sagrado y diario alimento del cuerpo, sino por satisfacer sus ansias corporales, y además, las que brinda el tener una esposa en nuestra época, que hace que hasta al hombre más ruin e inculto se le llene de aprobación común, mientras que a nuestro héroe se le repruebe por su falta de honorabilidad al no tener una mujer a la cual besar por las noches, tras haber ella lavado los trastes, la ropa, y la casa con muchon trabajo, esposa adorada y ama de casa perpetua...

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