lunes, agosto 09, 2010

Cuando María del Monte me fue infiel la primera vez

Cuando María del Monte me fue infiel por primera vez noté, cuando llegaba de haber salido, supuestamente, con sus amigas, que me miraba de manera distinta. Era una mirada fija, seria, escudriñándome, y que duró apenas entre cinco y diez segundos. Yo me di cuenta de que era una mirada peculiar, por supuesto, pero ignoraba por completo qué había tras de ella.

Cuando María del Monte me fue infiel en otra ocasión -según ella misma lo confiesa sin vergüenza en estos días-, llegó de una reunión social del trabajo (socialización político-laboral) y ella dice que sintió hueco en su estómago al verme cocinando, y tartamudeo por dos o tres minutos. Pero yo no recuerdo esa ocasión a decir verdad, y sólo me parecía que tartamudeaba de manera automática de vez en cuando. Qué se yo: cada dos o tres semanas, como un tic.

Cuando María del Monte se enamoró finalmente de uno de sus amantes, habiendo decidido dejar la casa que compartíamos por poco más de un año, llegó de noche, mi miro fijamente en silencio, y sin responder a mis preguntas, se metió al baño a llorar media hora, para salir y enumerar de manera más bien exagerada todas mis virtudes -ni mi madre diría tantas cosas buenas de mi persona-, diciendo el hombre tan extraordinario que era, el sueño de toda mujer, y que ella era la mujer más estúpida del mundo, porque se había enamorado de otro, y porque se iba a vivir con él desde ya.

Y cuando María del Monte dejó mi casa con cierta pesadumbre y quizás una pizca de remordimiento, mi casa estuvo inundada de preguntas sin respuesta, de recuerdos inextinguibles, de evocaciones de ella con su nuevo amante en su nueva casa, y sobre todo, de mucha, mucha soledad. Hasta que conocí a María del Rocío en una clase de fotografía a la que me metí por aburrimiento -soy fotógrafo profesional-, y en la que ella trataba de darle causa a una pasión reprimida.

Tras poco más de un año de conocernos, se vino a vivir a mi casa una tarde otoño, según creo recordar. Entró como si nunca antes hubiera estado aquí, y observó el pasillo, el baño, y el cuarto. Parecía analizar todo cuando veía. Me sonrío, y dijo que estaba feliz por estar aquí.

Entonces un día recuerdo que María del Rocío llegó de sus clases de posgrado en la universidad, por la tarde-noche, y me vio fijamente a los ojos, con sus ojos cafés, por cinco o diez segundos, y luego se quitó los zapatos, y me dio un beso. Una mirada distinta, fija, que me escudriñaba.

Y unas semanas después, una vez, mientras, de nuevo, regresaba de sus clases de posgrado, me vio fijamente, y tartamudeó que la clase había sido muy aburrida. Tartamudeó de nuevo mientras cenábamos, y tartamudeó cuando hablaba en sueños.

¿Está de más aceptar que caí en la paranoia, pensando en qué otros hombres tenía? Así que la seguí por las calles, revisé su celular mientras dormía, revisé los números llamados en la cuenta del teléfono, e incluso conseguí que un conocido abriera su correo, siempre tras las pistas de algún amante cualquiera. Le hacía preguntas capciosas, le llamaba a deshoras, y me armaba las teorías más estúpidas detrás de con quién está ahora mismo disfrutando del placer prohibido.

Pero, aunque mucho buscara, nada encontraba. Gasté miles de horas revisando cada foto, comentario, llamada, mensaje, correo, pistas aquí y allá. A veces me encontraba con evidencia que me desmentía, y luego se venía abajo mi sospecha. Acepté, en su momento, muchísimas veces, de manera precipitada, que algún tipo cualquiera había estado con ella. Lloré muchas veces mi resignación y mi duelo, esperando que un día ella se mirara, me alabara, y se metiera al baño a sollozar. Pero nunca pasaba. María del Rocío, aunque a veces me miraba fijamente, aunque a veces tartamudeaba, siempre estaba de buen humor, tan cariñosa como siempre. Yo la veía todo el tiempo con miedo, pensando o que ella era una gran mentirosa, o que yo era un gran pendejo.

Me di por vencido en mi búsqueda, y acepté que mis fantasmas del pasado no me dejaban vivir tranquilo. Pero un día, un año después, comencé a sentir remordimiento, y tuve ganas de confesarle algunas de mis pesquisas. Así que me tomé un buen ron, y la esperé en la sala cuando terminé de cocinar papas con pollo con orégano. Llegó María del Rocío, y sentí un nudo en la garganta, pero me armé de valor, y le confesé todas mis estupideces y miedos.

Ella me escuchó en silencio por completo, hasta que llegué a la parte de mis disculpas. Ella me vio y me dijo que to-to-todo estaba bi-bien. Entonces suspiró, se levantó, comenzó a dar vueltas, y me dijo que era un hombre maduro, tierno, responsable, y todas esas cosas que todo mundo ya sabe. Esas cosas que se dicen siempre en tropel, aunque mitad de ellas sean falsedad. Resignado, mientras seguía hablando como un loro -o eso me pareció a mí-, me serví medio vaso de ron, escuchando la lluvia de elogios. Gracias, mi querido público. Y cuando terminó, se metió al baño a llorar media hora, en la que yo acabé de devorar lo que quedaba de ron, mientras reservaba en mi computadora un viaje a España o a Italia o a República Dominicana, qué sé yo.

María del Rocío salió entonces, con los ojos hinchados, y yo, en medio de mi ebriedad, le dije que todo estaba bien, que qué podía yo hacer. Ella me miró consternada, mientras me decía que yo no lo entendía, que ella acaba de conocer a un chico hace dos semanas. Aguarda, aguarda un segundo. ¿Y tus miradas fijas de hace tiempo? Me dijo que eran siempre para observar si yo había estado con otra mujer en su ausencia. ¿Y tus tartamudeos denotaban algo? Dijo que sí, que a veces se sentía que yo le era infiel, y tartamudeaba al tratar de preguntármelo (¿y qué habría yo respondido, por supuesto?).

Me dijo que la perdonara, que había sido algo sin importancia. ¿Qué? Que había estado coqueteando con él, pero cuando él intentó besarla, ella sintió remordimiento. ¿Sólo eso? Ella reclamó: ¿quién crees que soy? (Y me pregunté sin preguntarle qué edad se supone que tenía). ¿Y después? Y después nada.

Así que nos perdonamos mutuamente nuestras respectivas y supuestas culpas, mientras ella me abrazaba, y me decía que ella jamás podría serme infiel como yo decía. Yo simplemente respondí: por algo se empieza, y ya llegará el día en que me dejes por otro. Pasará indudablemente. Pero mientras ese día no llegue, disfrutemos el uno del otro.

No hay comentarios.: