miércoles, mayo 08, 2013

Me voy a comprar un yate (y sin Juana)


Me pregunto si soy tan malo escribiendo como lo es Felipe, el eterno admirador de Juana. Sí, sí, escribiendo novelas mal hechas sobre ella, frankenstianas, en un idioma que no domina, usando historias pre-cocinadas (amor imposible, besitos robados, amores no correspondidos, muertes trágicas y mucha esencia kitsch).

Juana: aún recuerdo su nariz chueca en Milano el domingo aquel, nuestro último día por allá, en aquel delicioso país. La recuerdo sentada, a la luz plena del mediodía, en la plaza vieja. Y yo sentí que no la volvería a ver. Como eso mismo, una historia pre-cocinada. Ella dijo que no, que era seguro que nos volveríamos a ver. Y me lo repitió en un mensaje público, diciendo que era segurísimo, que había que tener paciencia, pero que sucedería.

¿Realmente tenía yo ganas de verla? Sí y no. Sí, por la profunda pura lujuria, las ganas de curarme el ego herido. No, porque me falló y no me curó ni la lujuria ni la calentura, y nomás me dejó el ego herido cuando no se vino a México, sino a cierto puchurriento país, a vivir (y porque cuando finalmente vino a México, se fue de vacaciones, seguramente pagadas, con su eterno y muy literalmente viejo, Felipe).

En aquel país, por cierto, cuyas fotos sólo muestran o edificios modernísimos o jungla absoluta (me pregunto si aquellos edificios están cerca de El Canal, y eso es todo), vive su amiga querida, la chica de ojos de gato que le dijo que yo era un caliente y no sé qué cosas. Ego herido de su parte, porque yo, admirador suyo -osea- había sido transferido a la fila de los que iba tras las nalgas de Juana.

Y luego regreso yo, muy feliz y campante (pese a las dudas enormes de la narizona Juana, quien dice que soy más bien neurótico y más bien inestable) a Praga, y entonces resuenan los ecos, y las preguntas, y las felicitaciones de su parte por volver a esta ciudad (en realidad llegué aquí por flojo, pero en realidad voy más allá, de tour por otras partes de este continente, antes de que, Dios lo quiera o no, se lo cargue la chingada temporalmente). Sí, dice que nos volveremos a ver. ¿Realmente importa? No. Palabritas más, palabritas menos. Kitsch molido.

Pero luego me dice Juana que la vida es maravillosa en aquel puchurriento país. Ah, sí, porque nunca fue más feliz. Que ojalá lo pudiera yo ser así algún día. Ja! Lo que no sabe es que nunca fui tan feliz como en los últimos tiempos, disfrutando unos putos chilaquiles cualquiera, huevos rancheros, cafecito en la mañana o a media tarde, una novelita, una peliculita en la noche, salsa aunque sea nomás escuchada en algún bar cerca del centro, y ya. Porque, querida Juana, tuve que adaptarme a ser feliz solo y pleno cuando perdí a mi trauma-obsesión-amor-de-mi-vida (que no eras tú, como seguramente sabes).

Ah, sí, ¿O quizás lo dijo meramente de ardilla, porque le di demasiados detalles sexuales y de orificios de mi actividad actual, mientras estaba ebrio de placer y de alcohol? Ja, quizás. ¿Realmente importa? No, no en realidad.

Y como lo dije en público: debería pedirle un dólar a cada personita que se declara prontamente feliz por haber conocida a la persona de su vida (y poder decirles, luego de que me lo den "felicidades por haber encontrado a la persona de tu vida - de nuevo"), y comprarme mi yate. Y es que yo me vería muy bien encima de un yate.

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