sábado, mayo 04, 2013

Nostalgia en Kiev


Y de pronto, no sé porqué, siento una terrible, indeseada, casi ajena, nostalgia en todo mi cuerpo. La siento recorrerlo suave, tibiamente, y acaso por instantes parece adormecerse, casi morirse. Pero allí sigue, en mí, deambulando, apareciendo y desapareciendo, haciéndome evocar, sentir el pasado, pensar en el hubiera, añorar el futuro pintado de rosa.

Supongo que es el cambio de ciudad, haber venido a Kiev, que luce tan distinta a mi tan familiar Praga, que está llena de edificios viejísimos y deliciosos, de cafés, de restaurantes comunes y corrientes, y de bares, y de gente llevando abrigo porque, incluso en principios de Mayo, llueve y hace un fuerte viento.

Aquí la cosa es más bien distinta, en Kiev. El calor llega casi a subyugarlo a uno, y el aire está impregnado de tierra, de flores secas, de árboles trémulos que parecen, como dijera Wilde, apenas soportar su propio peso. Tienen el olor a pueblo mexicano casi, y casi puedo sentir la fiesta a la vuelta de la esquina: unos quince años, una boda, o una primera comunión, entre mole poblano demasiado ácido, arroz rojo pasado de sal, Coca Cola y Bacardi Blanco. Casi.

Casi.

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