sábado, agosto 30, 2008

Cómo olvidar tus ojos verdes

Cómo poder olvidar tus ojos verdes, enfundados en esa mirada tan bella que tienes tú, a veces feliz, a veces melancólica, a veces simplemente perdida en la inmensidad de la nada, mientras piensas en no sé qué cosa, allá, en tu mente, lejos de mí, distraída. Cómo olvidar la vez última que nos vimos -quizás la última de nuestras vidas-, cuando, al morir la tarde, fijabas tu mirada en el gris firmamento, mientras guardabas profundo silencio, y me respondiste que nada tenías.

Cómo olvidarme de tu voz grave, de tu risa, de tus burlas, de tu cabello dorado como el sol, de tu delicada figura. Cómo olvidarme de tus mensajes, de tus atenciones todas. Cómo poder arrancarme del recuerdo tu nombre, la ilusión que provocaste en mi, jugando a jugar.

Me creí todas y cada una de tus pequeñas, casi imperceptibles, casi inexistentes, casi invisibles, mentiras, casi no siéndolo, con afirmaciones llevadas a mi a través de medias verdadades, implícitamente y no explícitamente, de manera que pudieras siempre mostrarte libre de culpa, libre de haberme llenado de sueños falsos, exonerada de cualquier dolor que pudiera anidarse en mi pecho.

Mentiras que te ayudaban a superar una tristeza apenas, por entonces, nacida en ti. Te habían dejado, te habían mentido, te habían herido. Dime, querida mía, ¿estabas herida en el alma, o más bien, era el orgullo lo que más te había lacerado aquel que te abandonó? Me usaste, a final de cuentas, con cuentos lindos, ensoñaciones, palabras dulces, palabras suaves, miradas furtivas, hasta que obtuviste mi atención, mi interés, mis halagos, mi tiempo.

No te culpo del todo. Supongo que todas las personas, al abandonarnos el amor, tenemos un vacío tan profundo, que nos llena de ansias, de tristezas, de terribles ganas de derramar el llanto nuestro, de soledad, que tenemos que recurrir a cualquier miedo para superar ese duro trance. Y bien supongo que la manera en la que lo hiciste tú, fue buscando alguien que te obsequiara su tiempo, su dedicación, que te respondiera a tu necesidad de sentirte admirada. Buscabas no sólo compañía en esos momentos, no sólo a quien contar tus penas, en quién apoyarte, sino a alguien que te hiciera sentir importante, buscada.

Y lo lograste, mi querida amiga. Lograste obtener de mí la atención, el interés, despertando en mí ilusiones y sueños. Pero, como todo mundo que se preocupa únicamente por su propio bien, ignoraste que no soy de trapo, que soy vulnerable, que jugabas conmigo, que me hacías perder mi tiempo, mis energías. Todo justificado, de alguna manera, de manera ridícula, por el dolor que sentías, cubierto por el manto de tus justificaciones, de que nunca me prometiste nada, de tantas cosas.

Por que un simple día, después de haberme dicho, poco tiempo atrás, que tu corazón no estaba listo, que no estabas interesada en los hombres, me confesaste, querida mía, que había encontrado a un buen hombre - que no era yo, desde luego. Un hombre bueno, que no va a fiestas, que no te será infiel, que no es coqueto, y no sé qué tantas cosas más de él me mencionaste. ¿Es que tanto te han herido en el pecho y en el ego otros hombres, que se han burlado de ti, que te han engañado, que han estado con otras chicas mientras te prometían fidelidad?

Y me lo dijiste tan aparentemente quitada de la pena, aunque, en verdad, me lo decías lentamente, esperando mi reacción, después de que hubieramos terminado de tomar un café. Me lo soltabas por encima de la mesa, como una nota en un sobre, un ultimatum, una mala noticia que era necesaria que yo supiera.

No fui más que el medio, el juguete, el pasatiempo tras tu rompimiento.

Y ahora intentas mostrarte como amiga mía, querida amiga mía. Lo intentas ahora, después de que sé por otro medio, por un amigo en común, que otro hombre con el que habías jugado, al que habías utilizado para sentirte bella y amada, tras haber estado separados, se ha vuelto tu amigo.

Mas, querida mía, no juego con niños desde hace años. Y no puedo jugar tu juego. Supongo que me será imposible toparme con mujeres como tú. Pero al menos quiero ahora, olvidarte, aprender, y seguir mi camino. Y esperar que la vez próxima no caiga en sus juegos, aunque necesite atención, aunque necesite cariño, tiempo, sentirse amada, aunque sienta que la tristeza la corroe, que el llanto la ahoga.

Supongo, también, empero, que encontrarán, mujeres como tú, siempre hombres así, como yo. Y supongo, que quizás, pese a lo que digas, y desees, te seguirás fijando en hombres que te sean infieles.

Supongo que esa es la forma en que la vida se te mostrará, hasta que decidas crecer, niña mía.

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