jueves, junio 24, 2010

Encontraré a una como tú

Encontraré a una que sea toda como tú. No sé cómo, ni en qué forma, ni en qué día, ni en qué año. Buscaré, y buscaré y buscaré. Saldré a las calles de esta vieja ciudad, en busca de ella, caminando por las calles empedradas, junto al río, por la plaza vieja, en los alrededores del castillo, de mañana, de tarde, de noche, en la madrugada. Y si no la encuentro en esta ciudad, saldré a buscarla en las ciudades todas de este pequeño país, o iré al pequeño país en el que naciste, y la buscaré de extremo a extremo. Quizás no la encuentre tampoco, y en tal caso, saldré a recorrer el continente entero, yendo de taberna en taberna, de café en café, de chalet en chalet, de castillo en castillo, de plaza en plaza, de bahía en bahía. Y si tampoco la encontrara aquí, la seguiré buscando en ultramar, o en el desierto, o en las llanuras, o en el oriente.

Esperaré a encontrarla, sin desesperarme, y haré que mi paciencia se extienda como el horizonte, perdiéndose hasta donde alcanza la vista. La buscaré, aunque con los días vengan las semanas, con las semanas los meses, y con los meses los años. La esperaré siempre inmerso en la esperanza de que algún día, simplemente, mientras camine distraído, mientras coma en algún lugar cualquiera, mientras me halle en la calle con la vista perdida, la halle, allí, en alguna parte, dormida en el asiento de un tren, o platicando en un café con una amiga, o a mi lado en un avión, o envalentonada por el vino en algún lugar de baile, o quizás en algún domingo soleado en alguna plaza pública, brillando más que el sol.

La reconoceré porque tendrá el pelo café oscuro, hasta los hombros, en leves rizos, como lo tienes tú, y porque serán sus ojos marrón, grandes, expresivos, como lo son los tuyos. La reconoceré en su talle delgado, fino, tan frágil, y por sus pechos pequeños, por sus pies delicados, por sus brazos esbeltos, por su nariz afilada y grande, con sus piernas tan delgadas, con una complexión que, como la tuya, parezca la de una adolescente apenas, como una figura de cartón que se puede llevar volando el viento de la tarde. Reconoceré en ella la joroba cuando camine, como si lo hiciera con flojera, y reconoceré en ella la mirada brillante, fija, desafiante, que tienes cuando estás segura de lo que dices, o la mirada dulce y cómplice cuando quieres mostrar tu simpatía. Al escucharla reconoceré que tiene una voz tan parecida a la tuya, con el mismo tono, igual de grave, amigable, juguetona. Y cuando toque su mano, me parecerá que toco la tuya, porque serán sus dedos tan parecidos a los tuyos, delgados, finos, blancos como la nieve.

Si acaso tengo dudas de si la he encontrado en verdad, me daré cuenta de que viste con colores que no combinan, que lastiman a la vista, con prendas que tratan de esconder su femineidad, con el pelo quizás recogido con una cinta roja o amarilla. La reconoceré cuando la escuche hablar enardecidamente de los derechos humanos, del arte, de la música, de lo bello que es el mundo, de política, de teatro, de poesía, inmersa en la ingenuidad de su edad. La reconoceré cuando camine distraída con la vista clavada en la nada, cuando olvide llamarme a pesar que se dijo que no lo olvidaría, cuando se sienta triste y prefiera no responderme, o cuando no pueda evitar guardarse las verdades que pretendía mantenerme escondidas. Sonreiré con gusto al corroborar que es ella cuando trate de mostrarse tan segura de sí misma, y, sin embargo, se le enciendas en rojo las mejillas, y tartamudee por que no controla el nerviosismo.

Habrá, sin embargo, un pequeñísimo defecto que no le perdonaré, y que estoy seguro, no tendrá, y ese pecado es estar enamorada de algún tonto. No tendrá el minúsculo, casi imperceptible defecto de estar enamorada de algún adolescente, de poner sus ojos siempre en él, de soñar con sus besos, con su regreso. No pecará al estar enamorada de otro que no la quiere, que la ha dejado, que ha huido con otra, y llorarle sin término. No rechazará a todos los hombres siempre con el pecho ardiente en esperanzas de tener de nuevo a aquel que no la supo valorar, que no tuvo cuidado de herirla, de lastimarla, siempre disponible para él y sólo para él.

Porque si tiene ese defecto, eso quiere decir que he buscado en vano, y que he encontrado, en cambio, a una persona que ya conozco, y que he vuelto, sin querer, al lugar de mi partida, fallido, encontrado mi derrota anterior, insalvable.

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