viernes, enero 11, 2008

Porque la soledad es peor que otra cosa

Beto se quedo viendo a sí mismo en el espejo que tenía frente a él, deteniéndose por un momento en la redacción de su carta. "Catarsis", pensó de pronto. Se vio detenidamente el rostro color almendra, son sus ojos negros y medianos, la boca mediana, y el rostro mediano. "Como todos la mayoría de cabrones de esta ciudad", se dijo. Y al verse no podía dejar de pensar en la carta que le escribía a su otrora amada, dueña de su corazón -terroncito de azúcar-, traidora de su confianza, oídos sordos a su cariño y oídos todos a sus amigas, las que se meten en lo que no les incumbe.

Tras permanecer viendo su rostro color almendra en el espejo por varios minutos, se dio cuenta de que realmente no le importaba demasiado lo mal que podría dejarlo parado frente a su otrora terroncito de azúcar, que llevaba por nombre Alicia -"Alicia en el país de los timadores y de las amigas que se meten en las vidas de sus amigas"-. Porque ahora, ¿qué importancia podía tener que ella le dejara de querer, o que le quisiera menos? Quizás -y eso era lo más tristemente probable- ella le había dejado de querer hace tiempo -"Sólo desde que Fernanda, que debería apellidarse Mondego o algo así, decidió que quería que Alicia en el país de las envidiosas dejara de quererme".

Una carta, terrible, según él. Pero lo que para unos es la más grande falta de respeto -"me gustaría que no tuvieras esas nalgas, Alicia, porque de esa forma no tendrías tantos pretendientes"- es para otros no más que un simple juego infantil.

-Roberto, ya lleguéeeee- dijo su hermana a medio gritar. O a medio no gritar, qué más da. Y el argumento de Beto era más bien simple: dejar entrever que él no la había querido por lo que era, sino por lo que no era. Y qué no era:

Mi querida Alicia:

Mucho he pensado en ti desde que te alejaste de mi lado. Quizás tu sigas pensando que fue mi error, y yo seguiré pensando, como ya te podrás imaginar, que el error es más bien tuyo. ¿Quién tiene la razón? Me temo que ninguno de los dos.

Pero, ¿sabes? en mi mente tu recuerdo no ha dejado de brillar, aunque con más pena que gloria: tristeza de mi alma al verme sin ti. No, esto no es una carta de perdón, ni de redención, ni nada similar. No te enorgullezcas pensando que ahs hecho que un pobre hombre como yo me halla rendido a tus pies, pues, créeme querida, que con todas las que he amado -¡y con otras tantas a las que no!- he sido el más fiel y humilde lacayo.

No te ofendas si te digo la verdad. ¿Me querrás menos? De cualquier forma ya no me quieres, según me confesaste la vez última de vernos (y todavía guardo en mi mente, con gran amargura, la terrible sonrisa malévola de tu amiga Fernanda, al despedirse de mí, y en ese momento no supe que esa mirada era la que da una mujer a un hombre que vive sus últimas alegrías), en aquella vez tan dolorosa para ambos, que me habías dejado de querer. "¿Desde hace cuánto?", pregunté. "No lo sé", respondiste.

Y después, gloria de mi tristeza al verte de la calle de la mano de un mal hombre (supongo que un Homo Machistus), del que renegabas, y el que tanto se esmeraba en ganarse tu mera simpatía, con gestos vulgares, palabras bobas, y miradas simples. Ese que querías quitarte de encima, pero que, sin embargo, contaba con la bendición de Fernanda -ese demonio que llamas amiga, que no es más que una mujerzuela vestida de profesora de letras-, que, según tú misma me dijiste, te presentó. Ocupación: estudiante de doctorado en chorrocientas cosas; experiencia nula; mantenido por el gobierno, gracias a las becas otorgadas con la ayuda de su tía Esther Elba, de manera perpetua.

Pero, sin embargo, no es eso para lo que te escribí esta carta, no. Tenía algo que decirte, algo que dejé en el tintero, algo especial.

La verdad es que me di cuenta en recientes fechas, que la razón más importante por la que no hallo alegrías en tu ausencia, es porque esta soledad, que me corroe, que me despedaza, que me desangra poco a poco sin fin, que me llena de aflicción, que me tortura con sus prolongados silencios, con su falta de comprensión, es apenas peor cosa que tu compañía. Así es: si alguna vez te necesite, era únicamente porque esta soledad era demasiado terrible para mi ser, y todo era mejor que estar solo y abandonado.

Besitos,
con un insulto escrito a Fernanda,
tu siempre querido amigo,
más franco que nadie en la ciudad,
Beto.

1 comentario:

Luis Ricardo dijo...

muy reaaal.