domingo, diciembre 14, 2008

Al verte

Cuando al cruzar en esa parcial oscuridad un pasillo lleno de gente, entre risas, copas chocando, y música que hacían casi inaudibles las leves palabras que volaban al aire, como palomas, puse mi mirada distraída en ti. La puse como se pone la mirada sobre tantas personas, sin analizarlas, de manera accidental, casual, quizás recorriendo un camino que no las tiene como fin. Pero al mover mis ojos sobre el grupo de gente con el que estabas, tuve que regresar mi mirada a ti, y a tus ojos claros. No es que lo haya querido hacer: es que tenía que hacerlo, necesitaba hacerlo.

Y al dar un par de pasos más, te seguí viendo, en una forma en la que se mezclaban la timidez y la necesidad, y en un instante tus ojos se toparon con los míos, y nos quedamos allí, en ese breve pero inmenso instante, sin quitarnos las miradas de encima, para, posteriormente, ambos, sonreír nerviosamente.

Y al dar otros pasos más, habiendo cruzado tu mesa, me di cuenta de que me parecía conocerte. Supuse que nos habríamos visto con anterioridad en otro lugar, o quizás en ese mismo, e incluso, por un breve instante, te confundí con una persona con la que pude bailar en una ocasión. Así que levanté mi cuello por entre otras personas, dirigiendo mi fugaz mirada a tu mesa, buscándote. Y te vi allí, de nuevo, con tu largo cabello castaño cayendo sobre tus hombres, y tu sonrisa coqueta, hablando con los chicos y chicas de tu grupo.

No, no te conocía, no eras esa persona que pensaba que eras, pero había algo en ti que me hizo pensar que te conocía.

Poco después, cuando te vi bailar, cuando te vi intercambiar miradas, palabras, sonrisas, bromas y un beso fraternal con un chico que parecía ser tu novio, o pretendiente, o esposo, o amante, o amigo -¿quién puede saberlo?-, me di cuenta de que, simplemente, me resultabas irresistible. Al poco tiempo, mis amigos, fijándose en tu grupo, comenzaron a burlarse de ustedes, mencionando su ropa, su actitud, y demás. A mi no me importaba qué demonios le pasara a tu grupo, yo sólo sabía que, de manera inexplicable, me llamabas la atención de una manera, simplemenet, absurda. No podía quitarte la mirada de encima, mientras sonreías, bailabas sola, o bailabas acompañada.

¿Me gustó tu cuerpo, tus caderas? ¿Me gustó la forma en que ibas vestidas, con esos jeans rotos, con esa blusa de mangas largas, en color morado? ¿Me gustó ese cabello largo, castaño, sin peinar? ¿Me gustaron tus ojos claros, felinos, pispiretos? ¿Fue lo que me atrajo esa forma de relacionarte con los demás, la seguridad que proyectabas?

No pude en ese momento decirlo.

Y te invité a bailar, y me puse terriblemente nervioso al tocar tus manos, al tocar tu espalda. Al verte a los ojos, tan cerca, me pareciste tan hermosa, tan preciosa. Esa sonrisa tímida, por momentos cambiando a verguenza leve en esa pista de baile vacía, por momentos sonriendo.

Y cuando nos estábamos bailando, sabía que necesitaba verte, observarte. Ver esos ojos claros, esa sonrisa, ese cabello castaño. !Qué me importaba que, al bailar, notara que te olían las axilas! Qué me importaba que no supieras bailar tan bien, que te faltara coordinación, o que no bailáramos tanto como yo quisiera. Qué me importaba si ibas acompañada, si estabas únicamente de paso en la ciudad, si acaso tenías novio, si yo no te gustaba. Sólo sé que cuando te fuiste, al caer la madrugada, me entristecí un poco.

Pero, ¿sabes? te tengo que ser totalmente honesto. Porque al regresar a casa, en la oscuridad, en el silencio, en la nada, debajo del cielo infinito, sin nadie que me vigilara, sin nadie a quién vigilar, me di cuenta, intempestivamente, que me gustaste de esa manera tan enorme, quizás porque me recordabas a alguien más.

Me recordaste a una chica son esa misma mirada tierna, tímida, por comentos coqueta, a esa sonrisa tan preciosa, con ese cabello largo, castaño, sin peinar. Me recordaste a eso que pensaba olvidado, ido, que se había escapado de mí. Supongo que está mal que te diga todo esto, ¿no? Pero no me importa, porque no me escucharás, porque mañana volarás a otra ciudad. Pero ojalá no hubiera tenido que ser así, si te hubieras quedado a mi lado, y pudiera ver en ti a esa otra persona que no pude tener a mi lado, porque la vida simplemente no lo quiso, porque ella no me pudo amar, porque ella no podía amar. Te quedaras a mi lado, recorándome, quizás sin que yo me hubiera, entonces, dado cuenta, de que al tenerte a ti, pensaba que la tenía a ella.

No hay comentarios.: