sábado, enero 10, 2009

Cuando las horas se alargan (2)

Mi tercer día.

A veces uno quisiera poder vivir sin saber algunas cosas, incluso cuando, en general, el saber es una bendición, una libertad. Porque, a pesar de que a través del conocimiento se alcanzan formas más complejas y completas formas de ver el mundo, resultan ciertas verdades profundamente dolorosas en nuestros pechos.

Y entonces viene a nosotros, volando, como un efluvio, la mentira, el ocultamiento de las verdades, le negación de lo evidente, para que así, de esa forma quizás aparentemente tan infantil, puedo uno escapar a una realidad menos trágica y dolorosa. Trucos de la vida, trucos de la mente, mentiras que nos creemos, que se creen los demás, que se creen todos, y que se nos revelan contra nosotros, sin embargo, en los sueños que se convierten en pesadillas. Simulaciones de realidad inexistentes que nos salvan de una terrible congoja, de una realidad que nos ahoga. Y en todo ello, a veces solamente engañamos a los demás, y otras tantas fingimos engañarnos a nosotros mismos; mas, qué terrible resulta cuando, a veces, ignoramos en nuestro arranques pasionales, tan irracionales a veces, que esa mentira también nosotros, sin advertirlo, nos la hemos creído, juzgándola como verdad absoluta.

Yo quisiera, en caso particular, que una de esas hermosas y tan brillantes mentiras viniera a mi mente, a mis sueños, en las noches, en los días, en esos instante perdidos en tantas horas, para que yo mismo sea engañado, sin saberlo. Dormir pensando en una realidad de plástico, en una realidad incompleta, en una realidad benigna, sin que un millón de pensamientos funestos, como abejas iracundas, me ataquen el ánimo, llenándome con sus picadas de dolor, de ansiedad, de frustración, de tristeza, de ira, de cólera, de desesperación, que me arrancan a la fuerza las pocas lágrimas que aún me quedan. Ser inmune a su horrible veneno, que me devora, que me asfixia, de noche, de día, en mis pesadillas, en mis horas de negatividad, en mis horas tristes.

Yo quisiera atrapar una de esas mentiras tan preciosas, como una mariposa que se atrapa con la mano, violentamente, en un instante, y atraparla en mí, sabiéndolo sin saber, y permanecer con mis ojos vendados, con mis oídos sordos, y con el espíritu en calma dormido, sin tener instante alguno para sumergirme en esas ensoñaciones que me trae la vida con gran pesar, que me arrojan lejos de aquí, no al ahora, sino a un lugar lejano, de tantos kilómetros separado, cuya sola visión me destruye por dentro.

Atraparla, atraparla, atraparla, y por esa mentira, que mi alma fuera devorada.

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