viernes, enero 16, 2009

Cuando las horas se alargan (III)

Día 9.

Resignación.

Resignación cuando veo tus fotos en mi memoria, y escucho tu voz grave resonar en mi mente. Resignación cuando recuerdo tu sonrisa, tus burlas, tus inseguridades y prejuicios. Resignación cuando sé que te hallas lejos de mí, tan cerca de la locura, tan cerca del caos.

Resignación en mi dolor, cuando te imagino, sin que yo pueda evitarlo -oh, querida y maldita mente que no te controlo, caballo desbocado- desnuda, sudando, gimiendo, francamente, mientras él te hace suya. Tú gritas, él grita, y yo, en mis adentros, también grito. Pero nuestros gritos nacen de emociones diferentes, ¿no?.

Resignación cuando me imagino cómo gastas las horas en estos días. Apenas ha pasado poco más de una semana. Poco más. Este tiempo avanza tan lenta, lenta, lentamente. Y a ti, quizás te rinda más, y a mi, me tortura también más.

Resignación cuando, siguiendo las instrucciones de mi psicóloga, uso un ardid para no pensarte desnuda y gimiendo y gozando. Resignación cuando, producto de ese ardid, te dejo de evocar, y entonces me lleno de molestia, o de coraje, o de cansancio, o de tristeza, o de melancolía. Si me enojo, me aguanto. Si me da melancolía, escucho canciones tristes. Y si me entristezco o me siento cansado, duermo largas siestas.

Resignación cuando ya no hay nada que perder. En realidad, nunca hubo cosa que perder. Resignación cuando estás lejos, resignación cuando estás cerca de mí, al mismo tiempo (te alejan de mí dos o tres semanas). Resignación cuando mi estabilidad emocional se interpone entre nosotros. Resignación cuando sé que no me convienes, y resignación cuando sé que no me lo puedo creer, por obvio que sea para todos, menos para mí.

Resignación que llega, después de tantas semanas. Resignación en mi dolor, en mi olvido. Resignación en mi resignación.

Y resignado, cuando siento que casi te he olvidado, que casi te he superado, me doy cuenta de que...

Te extraño.

No hay comentarios.: