jueves, octubre 30, 2008

Gabriel

A Gabriel le educaron para que fuera un buen hombre. Así que todas las tardes, sus padres se sentaban con él a leer, a platicar sobre los valores, sobre la importancia de no abusar del derecho del prójimo, de la utilidad del trabajo, de la honradez, de las bellas artes, del intelecto, de la pasión por la vida, de la pasión por las mujeres, de la magia del enamoramiento, y de lo maravilloso que era el género humano, a pesar de las guerras, la pobreza, la injusticia, la discriminación, el racismo, el machismo, el feminismo, los crímenes de menor grado, los crímenes de mayor grado, de las mentiras, de la envidia, y de la flojera.

Así que Gabriel fue creciendo, año a año, instruyéndose en la lectura de clásicos contemporáneos, en las clases de pintura, en las clases de música, de matemáticas, de biología, como lo hacen todos los niños, sólo que él tenía sus clases de, digamos, humanidades, por las tardes, con sus doctos padres. De tal forma le hablaban sus padres sobre el inmenso pecado que representaba faltarle al respeto al prójimo, que fue poco a poco ahogando sus caprichos, sus berrinches, y cualquier forma de comportamiento que le hiciera perder la cabeza.

Y cuando llegó a la edad madura, trabajaba mucho, buscándose un trabajo que le permitiera vivir decentemente, y al mismo tiempo, que le absorbiera, que fuera una pasión, que le hiciera que lo que hacía era de verdad útil para el genero humano y la sociedad. Fue por ello que fue a las clases en la facultad de Derecho, pues tenía en mente defender a los pobres, necesitados, de quienes abusaban los ricos, las viudas, los huérfanos, los discapacitados, contra los que se cometen injusticias, robos, violaciones físicas o mentales, y en general, toda persona que pudiera resultar en desventaja en el juicio.

Ah, la desventaja. Vas que vuelas, y te posas como un ave terrible sobre tus pobres víctimas, a quienes decidiste, por mero azar, azotar con tu terrible orden.

Y aunque Gabriel tenía problemas y discusiones con los que defendía, por falta de empatía, negatividad en ellos, pérdida de fé en el mundo, en las insitituciones, en el gobierno, en la justicia, en Dios a veces, y otras tantas debido a que ellos desconfiaban de él, de creerle un ladrón, aprovechado, mentiroso, entre otras cosas, él siempre se sentía renumerado al saber que hacía algo bueno por el mundo.

Así que tras algunos años de trabajar, pudo comenzar a tener sus ahorros. Comenzó a pensar que quizás podría comenzar a pagar una casa, aunque le terminace de pagar en trecientos años, en vez de vivir en un pequeño cuarto, y que podría leer sus libros por las noches en una habitación bien iluminada, o ver películas sumamente interesantes, salidas de importantes festivales, en una decente televisión, o pintar tranquilamente, sin ruido, en una habitación que tubiera suficiente iluminación que llegara por un gran ventanal.

¿Gabriel, Gabriel, que no puedes entender? La vida, la vida misma, no te es fiel. Llegará el momento en que te parecerá soez. Tan-tan, tin-tan-tan.

Pero Gabriel, aunque inteligente, culto, trabajador, defensor de los derechos de los desprotegidos, persona respetuosa del prójimo, bien intencionado, poco parrandero, poco vano, muy limpio, deportista de tres veces a la semana, ayudando a sus padres, amigos, y vecinos, no era un hombre sin sentimientos, y como todo hombre inteligente -como bien dijera algún texto-, se enamoró como un tonto.

Sus ojos se toparon, algún día, con unos ojos que le parecía que derramaban ternura. ¡Ternura!, ¡ah! qué cosa más maravillosa, más valiosa que el oro, más cálida que el sol, más brillante que las perlas. Ternura, ternura, ternura. Y de ella, pues a las tres citas, se enamoró. Ella, con dulces palabras, diminutivos, frases empalagosas, bromas tontas, y miradas coquetas permitió que él de ella se enamorara.

¡Bingo! La vida va, la vida va, a chingar al que a otros sólo quiere ayudar.

Y el buen Gabriel, enamorado de ella, un buen día supo que, a pesar de todo, ella, que le buscaba frecuentemente, que le llamaba, le buscaba, ella, esa misma chica, linda, de ternura inmensa, ya tenía un novio. Y entonces se dijo que quizás sólo era un chisme, un error, una confusión, una broma. ¿Cómo podría ella, tan tierna, de apariencia tan tranquila, de palabras tan dulces, son alma tan tímida, ella, haberle podido engañar? Jamás, jamás, jamás. Ni creerlo, por Dios.

Hasta que un buen día él a ella le llamó. Y ella, bueno, mal le respondió. Estaba enojada, pero no, con él no. Enojada, sí, con su novio. Nooooooooooooooooooovio. Novio, novio. Sí, novio. ¡Ah! qué bueno que llegas, Gaby, porque necesito desahogarme con alguien. Ese infeliz no me ha llamado en toda la semana. Supongo que me quiere dar celos. Quiere que que lo quiera haciéndome creer que no me quiere. Y entonces, cuando él regrese, más alegre estaré, y de un capricho, el amor se creará. ¿Porqué tiene que ser el amor tan difícil, Gaby? Y Gabriel calla, con los ojos abiertos, que contienen como terrible presa el llanto de su corazón, que nada sabe decir ni pensar. Se reprime sus malos deseos hacia ella, él, educado para a todos respetar. No le insulta, ni le reclama, porque, bueno, socialmente uno debe de comportarse maduro. Si uno sufre mucho, ¡qué importa! uno siemper debe de ser maduro.

Y Gabriel calla y escucha cómo ella le describe la situación. Él, un buen día, apenas conociéndola, aprovechando que en una fiesta estaban, borrachos los dos, a su habitación la llevó, y allí el acto consumó. Y después, después de estar juntos por algunas veces, parece ser que él de ella se aburrió. ¿O acaso, Gaby, tú crees que él en verdad me quiere, pero, como ya dije antes, volverá por mí? Quizás esté ocupado, quizás esté trabajando, quizás esté en casa, por ello, descansando. Y Gaby escucha, con el corazón putrefacto. Gaby, mira, mira, las fotos de mi amado, a quien conocí en una fiesta, y a quien ya siento que amo. Mira, Gaby, que este es el amor que he buscado, el hombre que mi pasión ha despertado. Mira, Gaby, comparte conmigo este momento mágico. Él debe de ser el hombre de mi vida, pues apenas al conocerlo, le he dicho "Mi vida".

Y Gaby sale de la casa de María, a quien sus amigos abogados la tachaban de libertina. "Qué terrible que algunas personas hablen como víboras", por entonces él se decía. Y ahora, qué cosas de la vida, que María con otro gaste noches y días. Y quieriendo ser maduro, se dijo: "No es María libertina, sino un alma atormentada y que sólo busca el amor de manera poco efectiva, y por ello cambio de novia día a día".

Gabriel, Gabriel, ¿qué harás, por ventura mía? Gabriel, Gabriel, no te cortes las venas. No todavía. Tan-tan.
Y Gabriel sigue su paso, pensativo, callado, en la tarde gris, fría, anocheciendo, y no llora porque, bueno, está mal ser tan triste y sentimental. Camina, mi buen amigo, camina, que aunque la noche a la ciudad llega, en tu alma, algún día, la mañana llegará.

Camina Gabriel, retorciéndose de dolor. Quisiera escupirle al mundo, sintiéndose herido. Se siente tonto, y no es para menos. Sus padres nunca le educaron para ser cuidadoso. Es más bien, una persona ilusa e inocente, en el mal sentido. Porque llega una que de él su ego quería alimentar, hasta que a otro pueda intentar amar, aunque tras hartarse de su cuerpo, a otro busquen, con la cuál fornicar.

Y llorando en el alma, aunque no en los ojos, camina Gabriel, cuando ve de pronto cómo, al pasar, cómo de un bar sale un hombre, de poco más de treinta años, que le recuerda a sí mismo, sale, borracho, gritando, del brazo de una mujer de poco menos de veinte, a la que besa de manera grosera. Y ella sonríe, sonríe.

(Continuará ;-) )

No hay comentarios.: