sábado, octubre 18, 2008

Olvidarte, recordarte.

Es tan difícil poder olvidarte. Poder dejar de pensar en ti, cuando lo hacía a cada momento. Dejar de pensar en ti, de golpe, obligándome aunque yo no quiera, aunque mi voluntad apenas pueda contener a tu recuerdo. Dejar de pensar en ti, cuando ya se ha anidado un gran cariño hacia tu persona, cuando me lastima el pensar que estaremos separados, que quizás no nos volvamos a ver.

Es tan difícil olvidarte, cuando viene tu imagen a mi, en las noches, en mis sueños crueles, que me muestran a tu lado, feliz, alegre, queriéndote, y al llegar los primeros rayos del sol, me despierto, deprimido, al enfrentarme a una realidad tan terrible. Es tan difícil olvidarte cuando, otros días, en otras noches, en mis siestas diurnas, en largas noches, tengo pesadillas, que vienen a recordarme que no te tengo, que dudaste, que en tu confusión decidiste en mis esperanzas ahogarme. Recordarme, en pocas palabras, que tengo que renunciar a amarte.

Es tan difícil olvidarte, cuando recuerdos nuestras bromas, y tu sarcasmo, y tus comentarios aparentemente celosos, con tus risas, con tus sonrisas, con tus ojos lanzándome miradas de desafío, miradas de desaprobación burlona, con tu forma de llamarme, con el tono con el cuál me saludabas. Es tan difícil olvidarte, cuando disfrutaba tanto pasar el tiempo a tu lado, platicándo de tantas cosas inútiles, porque, sencillamente, podía estar junto a ti, y verte a los ojos, y escuchar tu voz -aunque a ti no te guste-, y ver cómo mirabas al firmamento, a la nada, pensativa.

Es tan difícil olvidarte, cuando, quizás como un mero sueño, existió la posibilidad de estar juntos. Tú venías a mi, o yo iría a ti: sería solamente cuestión de tiempo. Vivir en un clima tropical, o acaso vivir en un clima frío, qué importaba, si estaba a tu lado. Me resulta tan doloroso dejar de pensarte, cuando, tras haberlo mencionado, parecías una flor que apenas soportaba su belleza, de lado, pensando, y me dijiste: "estoy confundida".

Me resulta dan doloroso el recordarte, aunque no pueda evitar pensarte, porque pensé que eras la mujer que yo esperaba. Porque eras tan diferente a las demás. Porque decías no esperar cosas vanas, ni mentiras, ni formas de sumisión de parte de los hombres. Eras, al contrario, sumamente sensible, sumamente tierna, aunque en ocasiones demasiado indecisa, a veces inestable. Eras, también, muy inteligente, y nuestras formas de humor, aunque distintas, parecían llevarse bien. Esperabas nadamás que cariño, y estabas dispuesta a dar tanto y tanto.

A veces siento que me mata el dolor que me trae tu recuerdo, porque fueron tus últimas palabras inmensamente terribles para mí, como una revelación despiadada e implacable. Porque, tras decirme que estabas confundida, decidiste, en algún momento, decirme que no había posibilidad. Que no sentías química. Que no me querías. Que nunca me podrías querer. Que te conocías demasiado para saberlo. Que te fijarías, seguramente, de un momento a otro, en otro hombre, y entonces serías suya. Que me buscara a alguien, que no pierdiera el tiempo. Que no fuera a tu lado, a tu ciudad, que mejor buscara mi futuro en otro lado. Que no desaprovechara mis aptitudes, mis valores como persona. Querías, dijiste, por entonces, que yo fuera feliz.

Feliz, ¡ja! lejos de ti. Y entonces te contesté, dolido, enojado, herido, que tú no sabías qué podría ser para mí la felicidad. Que tú no tenías derecho a decidir por mi. Que estaba harto de tus palabras de consuelo, que siempre me habían disgustado, y que tú lo sabías. Y te dije que te tomaría la palabra: no te volvería a llamar, a buscar, a escribir. No preguntaría por ti a mis amigos en común, por mucho que lo deseara. Trataría de evitar los lugares a los que tú acudías, o ir a las fiestas en común. Y cuando te dije que, como parte de todo, evitaras hablarme si nos veíamos, pareciste estar confundida, y no muy de acuerdo. ¿Para qué saludarnos, cuando uno de nosotros llevaría la pena clavada en el pecho?

Y entonces, nos despedimos. No dijiste demasiado al final.

Tanto me duele, todavía pensar en tu imagen, en tu recuerdo, tan lejos de mi, al otro lado del mundo. Me duele, porqué no sé qué pensar de tus palabras. Porque siento que trataste de alejarme de tu lado, de manera tan abrupta, cuando, desde que nos conocimos, siempre fuiste tan atenta conmigo. Porque siempre eras tan linda, porque nos reíamos mucho juntos, por tantas cosas.

Tanto me duele, cuando te recuerdo, y no sé qué pensar de ti. Tanto más cuando ignoro si fuiste brutalmente sincera, o si tratabas de evitar herirme en tu inestabilidad. Y es entonces que recuerdo unas de tus primeras palabrase, en las que me decías que no querías que yo esperara de ti algo que no podías darme, que no estabas interesada en ofrecer en ese momento; y que, sin embargo, no querías que nos dejáramos de ver.

No hay comentarios.: