miércoles, noviembre 12, 2008

Página de la crónica denominada diario de un histérico histórico

Una vez salí con una chica de ojos negros grandes y cabellos color noche, de caminar atolondrado, que son su chillona voz solía quejarse de lo mal que la trataba la vida en ese instante. Se sentía mal por un novio que había dejado de corresponderle, se sentía mal porque sentía que la gente no la comprendía, y se sentía mal porque su madre no estaba a su lado. Así que lo que hizo fue sumirse en una depresión, en lágrimas, en gemidos, que la mantuvieron encerrada por semanas completas en su departamento, en donde sus amigos no la visitaban, y en donde se negaba a recibirme.

Yo me imaginaba que esa depresión dejaría de existir en algún momento, o en todo caso, de esa forma tan absurda, en la que ella no dejaba que nadie le ayudara. Simplemente vivía llorando y quejándose de la injusticia de la vida, y solamente no sollozaba cuando comía, estaba en el baño, o dormía. Pero el resto del día lo dedicaba, por esos días que apenas si recuerdo, a deprimirse aún más.

En cierta manera me puedo imaginar lo que pasaba por su mente: alejada de su familia, en una ciudad diferente, en donde la gente es antipática por naturaleza, en donde sus admiradores la trataban de manera peculiar -aunque no peculiar como yo, puedo decir ahora-, y en una ciudad en la que se hallaba alejada tremendamente de su novio anterior, quien, por cierto, la había olvidado desde que ella pisó el avión que la traería aquí.

Y en ese sentido, puedo decir que las lágrimas que más derramaba, eran por su familia, y por otro lado, por el novio que no le respondía sus cartas, llamadas telefónicas, ni saludos de amigos en común. A veces, había días en los que su madre no lle lamaba -quizás porque lo olvidó, quizás porque tuvo demasiado trabajo, quizás porque se quedó sin dinero para marcarle-, y el resultado era que se sentía doblemente abandonada, a pesar de que yo trataba de apoyarla en todo lo que podía.

Pero ella, como ya he dicho, se cerraba, se encerraba, callaba, no respondía, disimulaba, reprimía, y hacía, en general, toda una serie de cosas que simplemente no le hacían sentir bien.

Pues resulta ser, que a final de cuentas, mi paciencia se agotó en su totalidad, y el resultado obvio fue que la mandé a que encerrada dejara de contar conmigo, ya que ni me dejaba ayudarla, ni tampoco me permitía verla. Era como si no existiera para mí, de alguna forma dicho.

Así que dejé de verla, y bueno, la vida tuvo que continuar. Lo que siempre me pareció peculiar, y que en su momento me pareció tan triste, que sentí que me asfixiaba, fue que a las dos semanas de haber dejado de verla, un buen día, no sé qué mosco le picó, o qué amiga la mal aconsejó, y decidió que lo mejor para sentirse recuperada, era irse de fiesta, a uno de esos groseros lugares de alcohol que pululan entre las clases bajas de esta ciudad, en las que las bebidas están adulteradas, los cigarros sobre valuados, y la vulgaridad viste a las personas y sus palabras. Sitios oscuros, mal iluminados, fétidos, llenos de gente a más no poder, con música de mal gusto saliendo por groseras bocinas, con manos de hombres que, sin querer queriendo, acariciaban de cuando en cuando las bien o mal formados cuerpos de las chicas que allí se daban lugar.

La cuestión es que esa noche que ella decidió salir, por alguna razón que aún no comprendo -quizás por que soy demasiado inexperto, quizás porque soy un bobo, o quizás porque no quiero, simplemente, verla y aceptarla-, ella se sintió más candente que nunca desde que llegó a la ciudad, olvidándose por completo de la mamá, del papá, de la hermana, y del miembro grande o pequeño del novio. Bailando al ritmo de uno, dos, o cinco mojitos, bailando sola reggaeton, en un espacio pequeño, oscuro, de pronto, un chico de clase baja, que llegó con la firme intención de penetrar los oscuros rincones de alguna fémina a la que pudiera convencer de llevarse a su casa, comenzó a bailar detrás de ella, restregándosele, aprovechando que ella estaba demasiado borracha. Y al poco tiempo, había quizás demasiada fricción de sus cuerpos.

Y cuando estaban ambos ardiendo, las amigas de ella decidieron que era demasiado tarde, que la carroza se convertiría en calabaza, así que decidieron irse. Mas ella, que necesitaba que alguien le apagara esa pasión, le dio su número teléfonico a ese chico, así, sin más, sin concerle.

Y el chico, que no soportaba más estar en una temporal abstinencia, después de que su última novia lo dejó por celoso y machista, le llamó inmediatamente al otro día, y ella, que esperaba con ansias esa llamada, fue a su encuentro, todavía olvidándose de su olvidadizo novio, y dejó que aquel otro le pusiera sus manos encima, le quitara el brasier, el pantalón, y como ella misma lo dijera, la sedujera profunda-mente.

Mas, qué cosas, al terminar tres o cuatro caídas, con quince o veinte minutos de límite de tiempo, ella sintió venir, junto con el orgamo, el sentimiento de culpa, el siempre terrible sentimiento de verguenza, y se encontró, en ese momento, no sólo con que el chico se había llegado con ella, sino que estaba desnuda, en más de un sentido, junto a alguien que no conocía, que vio por vez primera la noche anterior, y el recuerdo de su novio olvidadizo la asfixió.

No mencionaré lo tortuoso que resultó su camino, porque eso resultaría más bien deprimente.

Pero diré que ella, al tener que confesarle a su novio de su infidelidad, porque, simplemente, era demasiado grande el sentimiento de culpa, y al recibir un adiós absoluto de parte de él, que, supuestamente, se declaraba herido, sintió todavía un vacío más grande que el de antes, así que no le quedo de otra que mantener como novio a ese chico, a quien conoció una noche, a quien se tiró a la bolsa en un momento de extrema sensualidad, sin saber qué esperar de él.

Lo que siempre me pareció peculiar es que, después que ella se quedara con él, sin quererlo, como soporte para olvidar al otro, para olvidar también por un instante el vacío que ya tenía en sí, sin quererlo, sin contar con que él, de manera inexplicable, se enamorara de ella con tan sólo una noche de coitos, fue que siguen juntos hasta la fecha actual. Me parece curioso, porque, al menos a los pocos meses, ella me dijo que en cierta manera, le quería, pero que todavía amaba al otro novio.

Y digo que es peculiar, porque a la fecha actual, ellos están juntos todavía, viviendo en algún lugar apartado de nuestra ciudad. No sé si ella siga usándolo para olvidar al otro, quizás todavía llena de culpa; quizás, como dice Eric Fromm, podemos a amar a todas las personas, y eso hizo que ellos, aún sin conocerse, pero pasando tanto tiempo juntos, pudieron crear amor; o quizás fue que, de casualidad, sin conocerse, tuvieron la inmensa suerte de ser el uno para el otro, sin saberlo; o quizás es que andan juntos, aunque inmersos en una relación sosa, en la que se es mejor tener algo que estar solo, aunque la felicidad no sea plena. O quizás, no sé, el sexo es demasiado bueno, y ya.

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