martes, noviembre 18, 2008

Sobre la idealización

[Supongo que será raro que escriba un texto de mi propia vida, en vez de un texto con personajes o narrador imaginario]

Desde hace tiempo tengo en mente cambiarme de ciudad. Tengo muchas razones para ello, aunque a veces pienso que muchas de ellas son únicamente pretextos para mudarme. La verdad es que tristemente no me conozco lo suficiente como para poder atinarle a cuáles son verdaderas razones, y cuáles únicamente justificaciones para ese intento de emigrar a otro país.

Entre las diversas cosas que he pensado al respecto, están: conoce otra cultura, otra forma de pensar, dejar atrás mis prejuicios para conocer algunos nuevos, tener una novia extranjera, tener mayor éxito económico, volverme un hombre al vivir solo en un país desconocido, aprender a cocinar, vivir en una ciudad que me entretenga, la aburrición de vivir en esta ciudad, que todos mis amigos tienen pareja y nunca los veo, entre otras.

Hace apenas mes y medio regresé de Praga, en donde pude vivir tres meses, sin dejar mi trabajo, pues la compañía para la que trabajo cuenta con oficinas en dicha ciudad. Ese viaje estaba planeado para durar más tiempo, pero eso hubiera requerido mucha preparación en papeleo y demás, cosa que no estaba dispuesto a hacer - no al menos en esta ocasión. Y ahora que he regresado, no sé si tenga demasiadas ganas de volver.

La cosa, sin embargo, al principio de mi viaje, era diferente. Al principio, cuando apenas lo consideraba, se me aparecía como un viaje de diversión, aventura, descubrimiento. No sabía qué me podría esperar del otro lado del atlántico, en una ciudad que jamás había visitado, en la que, según decían, las chicas eran muy bellas, y en donde los latinos somos considerados atractivos. Además, la idea de trabajar en oficinas, en vez de trabajar en mi casa, me seducía, después de trabajar desde mi cuarto por tres largos y doloros años.

Nunca me di cuenta, pero creo que en cierto momento, lo que más me excitaba para no conocerla realmente, pensar en todas las posibilidades que había en la ciudad. Y fue precisamente no conocerla, lo que me hizo ver en ella demasiadas posibilidades, quizás demasiadas. Ver en ella todas mis esperanzas, con expectativas que rayaban en lo ridículo, con ideales irreales. Una ciudad que se abría a mí con atractivos de todo tipo, como un paraíso en la tierra, en cierto modo. No me pregunten cómo fue que llegué a ese punto, pero así fue.

Al llegar, desde luego, me quedé fascinado con la ciudad, pues me gustó mucho la estructura de las calles, el muy eficiente transporte público, los castillos, la belleza de las damas, y una cultura completamente diferente. Pero, al mismo tiempo, había cosas reales que me molestaban: estar lejos de mis amigos, lejos de mi familia, solo, tener que cocinarme -qué malo soy cocinando todavía-, pasarme los domingos solo, y cuando tenía problemas o preocupaciones, tener que contárselas a mis amigos al otro lado del mundo, por internet.

Y al final, la ciudad no era lo que yo esperaba, por que, simplemente, no llenaba las ridículas expectativas y esperanzas que coloqué sobre sus hombros. Nunca tomé en cuenta que me sentiría sólo, que todo mundo al que conocía, que era extranjero o mexicano, se sentía un latin lover, que no podía platicar prácticamente con nadie de cosas que realmente me interesaban, que las checas son desconfiadas de los latinos, y que, simplemente había una barrera de idioma y de cultura terriblemente grande. Me imaginé el cielo al pensar en Praga, y simplemente, Praga es una ciudad inmensamente interesante, pero claro, no pudo llenar esa expectativa.

Ahora, al regresar a México, no estoy tan seguro de querer volver allá. Y cuando me pregunto porqué, me responde que quizás es porque ya no es una fantasía, ya es una realidad, pues la ciudad ya la conozco, ya viví allí, ya no puede, por tanto, seguirme representando un cielo, un paraíso, una oportunidad de aventuras. Ha perdido el encanto de lo desconocido. Porque, cuando algunas cosas permanecen desconocidas, pueden representar para nosotros nuestro mayor anhelo.

Y me convencí de ello, al encontrarme considerando ir a otras ciudades a vivir. Sin embargo, la realidad es que el final, las conoceré, y como ninguna ciudad en el mundo podrá llenar mis infantiles sueños, terminaré insatisfecho siempre.

Eso me recuerda a un par de cosas, y eso es precisamente lo que quiero mencionar en este texto. La primera es un capítulo en el Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, en el que la esposa de uno de los personajes, una dama noble, es mencionada de haber estado enamorada muchas veces, sin haber sido jamás correspondida, y que, por esa razón, mantenía todas sus ilusiones. Pienso que las mantenía, porque, al no tenerlas, podía idealizarlas en su mente, en la irrealidad, lejos de una realidad a veces sosa, a veces aburrida, pero siempre imperfecta. Es como un ideal: no realizar nada nunca, y dejándolo en el mundo de lo irreal, idealizarlo.

La otra cosa es que, al pensar de esta manera en las ciudades, me siento como muchas conocidas femeninas mías, que piensan en un príncipe azul -póngale el nombre, etiqueta o sinónimo que deseen-, y en cómo será ese príncipe, y en todas sus cualidades, sus cosas buenas, interesantes, a veces sobrepasando ligeramente la perfección. Muchas de ellas, al conocer a sus futuros novios, los ven como una posibilidad, la de que sean ellos los príncipes que tanto han esperado. Desde luego, nadie puede equipararse a un sueño o ilusión, y eso hace que muchas de ellas queden asqueadas, si no logran aceptar a la otra personas. Por eso intentan con otro, y luego con otro, y otro. Pero, al final, ninguno de ellos logra llenar esas expectativas, porque, bueno, ellos no son ideales, sino simplemente personas de carne y hueso, com imperfecciones, malos hábitos a veces, impuntuales, o no muy guapos, o cosas así. Y cuando las veo a ellas buscando nuevos novios, viendo en los desconocidos a ese príncipe azul que tanto han deseado, me veo a mí mismo, considerando a ciudades en las que nunca he vivido, como la ciudad perfecta que he soñado, en la que tenga todo lo que quiero y espero. Y después, cuando llegue a ella, descubra, como descubren ellas tras poco tiempo, que el conocimiento ha hecho que ese ideal se desgarre por completo.

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